LA RECONQUISTA DE MALLORCA
En noviembre del año 1226 dos naves aragonesas que navegaban cerca de Ibiza fueron capturadas por los musulmanes de Mallorca. Enterado del apresamiento, Jaime I envió un mensajero a la isla para pedir que fuesen devueltas, el moro que ejercía el poder en Mallorca se negó y se comportó de manera muy prepotente con el mensajero, menospreciando al rey aragonés. Cuando el mensajero volvió a la corte de Jaime I, juró que no descansaría hasta “agarrar al moro por la barba”.
Aunque por aquellos días Valencia aún estaba en manos musulmanas, Jaime I de Aragón creyó más conveniente empezar por la reconquista de Mallorca para ganar la espalda de Valencia y evitar de esta manera que la ciudad recibiese apoyo desde las islas. Además, Mallorca era una base desde la cual los piratas musulmanes operaban por el Mediterráneo. A todo esto, había que sumar el beneficio comercial que suponía hacerse con el control de la isla, pudiendo unirse al eje con Cerdeña y los reinos italianos.
El 5 de setiembre del año 1229 zarpó la flota aragonesa desde los puertos de Salou, Cambrils y Tarragona. Estaba compuesta por 150 barcos y unos 16.000 soldados, cifra inferior a las fuerzas musulmanas que había en Mallorca. La travesía fue complicada y a punto estuvo de suspenderse debido a una fuerte tormenta que sorprendió a la flota aragonesa. Durante la tormenta, Jaime I juró que sí lograban sobrevivir y vencer, construiría en la isla una catedral dedicada a Santa María. Finalmente, antes del amanecer del 8 de septiembre, la flota llegó Mallorca, cerca de la localidad de San Telmo.
La noticia de la llegada de la flota aragonesa sorprendió al rey musulmán cuando se disponía a ejecutar a un tío suyo y a otros cincuenta rebeldes que habían intentado apartarle del poder. El rey moro los indultó a cambio de luchar contra los cristianos, pero parece que ser que en cuanto pudieron, se unieron a las tropas de Jaime I. Fue precisamente uno de estos moros, el que se acercó nadando a las naves aragonesas y los informó de la situación política y militar en Mallorca, pues el rey moro había enviado un primer ejército de 5.000 caballeros para hacer frente al desembarco aragonés.
En vista que había un ejército a la espera del desembarco, Jaime I ordenó que se buscara otro sitio en la costa para el desembarco. Dos galeras al mando de Nuño Sanz y Ramón de Moncada comenzaron la exploración y a su regreso comentaron al rey que habían encontrado un lugar idóneo en el que había un pequeño monte desde el cual un pequeño grupo de hombres bastaría para proteger el desembarco. Aquel lugar es la actual localidad de Santa Ponsa. La crónica transcrita al castellano moderno, lo cuenta así:
Encontramos un lugar que tenía por nombre Santa Ponsa y decidimos que era un buen sitio para atracar. El domingo a mediodía un sarraceno llamado Alí, vino nadando hasta nosotros, y nos dio noticias de la isla, de la ciudad y del Rey. Yo ordené que cuando fuese media noche, las galeras levasen anclas…
Al anochecer la flota aragonesa levó anclas sigilosamente y puso rumbo al lugar elegido para el desembarco, pero la caballería musulmana escuchó el movimiento de las naves y fue siguiendo por la costa a la flota. Durante el desembarco se produjo un primer combate entre ambos ejércitos que acabó con victoria aragonesa, causando unas 1.500 bajas entre los moros y provocando la retirada del resto. En este primer combate participó el rey Jaime I, seguido por veinticinco caballeros, realizando una escaramuza temeraria contra un gran grupo de moros.
La batalla más importante entre ambos ejércitos ocurrió el 12 de septiembre de 1229, una semana después de la llegada de la flota aragonesa. Ocurrió a medio camino entre Santa Ponsa y la Ciudad de Mallorca, en la sierra de Portopí. El rey moro sabía que esas montañas tenían que ser lugar de paso del ejército aragonés, por lo que decidió apostar a su ejército allí. Los aragoneses eran conscientes que aquellas montañas eran el lugar perfecto para emboscarlos, por lo que Jaime I envió de avanzada a Guillermo de Moncada y Nuño Sánchez, pero fueron víctimas de una emboscada y murieron en combate. Sus cuerpos fueron encontrados desfigurados por las múltiples heridas. Jaime I y el resto de su ejército que seguía el mismo camino, avanzó para socorrer a la avanzadilla, en una acción que ha sido calificada como incorrecta en tal situación de emboscada, pero finalmente consiguieron hacer que los moros huyeran de la sierra para buscar refugio en la Ciudad de Palma.
A los pocos días de establecer el campamento frente a las murallas de la ciudad para iniciar el asedio, aparecieron por allí un grupo de moros encabezados por un acaudalado e importante señor de la isla llamado Ben Abed quien presentándose ante el rey Jaime I, le comunicó que se encontraba al mando de 800 aldeas musulmanas de los montes y que deseaban ofrecerle ayuda a cambio de paz. Como primera prueba de sumisión, el musulmán entregó veinte carros cargados de cereal, cabras avena y gallinas. El rey le entregó uno de sus pendones a modo de salvoconducto para que sus mensajeros no fuesen atacados por el ejército aragonés.
Cuando los aragoneses ya tenían a punto sus ingenios de asedio (catapultas), los moros de la ciudad colocaron en las almenas de las murallas, a un grupo de cristianos desnudos a modo de escudo humano. Estos hombres comenzaron a gritar a los aragoneses que no los tuviesen en cuenta y que con su muerte alcanzarían la gloria Jaime I los encomendó a Dios y ordenó el bombardeo de la muralla, y viendo los moros que el chantaje no había hecho efecto retiraron a sus escudos humanos y los devolvieron al calabozo. En respuesta, Jaime I ordenó fueran lanzadas por las catapultas las cabezas de 400 moros que habían capturado durante su desembarco y posterior avance por la isla.
En alguna ocasión los moros ofrecieron la rendición. Jaime I estaba a favor de aceptar la rendición y poner fin a la campaña, pero la mayoría de los caballeros cercanos a él estaban en contra, por lo que el asedio se prolongó. Fue un asedio muy duro para ambos ejércitos; una ciudad amurallada era un objetivo difícil de tomar y para ello había, además del constante bombardeo, fue necesario el uso de hacer túneles para debilitar las murallas, situación que los asediados evitaban construyendo a su vez otros túneles para evitar que los aragoneses alcanzasen las murallas, por lo que también hubo una guerra subterránea.
El asedio duró tres meses, el desgaste en ambos ejércitos hizo mella y especialmente en los moros. Con el pasar de los meses, los aragoneses consiguieron ir abriendo brechas en las murallas de la ciudad, hasta que el 31 de diciembre de 1229 un grupo de seis soldados consiguió llegar a lo alto de una de las torres de la muralla y colocó un pendón y comenzó a animar al resto del ejército para que los siguiesen. El soldado que se adelantó al resto de la tropa enarbolando el estandarte de la corona de Aragón sobre aquella torre y animó a los otros cinco a seguirle, se llamaba Arnaldo Sorell, y fue posteriormente nombrado caballero por Jaime I en recompensa por la valentía de su hazaña. El ejército aragonés cargó contra la última línea defensiva y entró en la ciudad al grito de: «Santa María, Santa María».
La entrada de Jaime I se produjo por la puerta principal de la medina, los aragoneses apresaron al rey musulmán y durante un mes intentaron que dijese donde estaban escondidas las riquezas que había acumulado en la piratería, algo que no llegó a confesar. Los moros que no lograron huir fueron pasados a cuchillo, algo habitual en la Edad Media. Jaime I sugirió ocuparse de los moros que habían huido para evitar un posible contraataque, pero muchos de sus soldados que eran ajenos a la corona de Aragón y eran mercenarios, estaban más preocupados por conseguir un botín que por seguir guerreando, lo cual provocó anarquía y excesos durante varios días. Ante estos acontecimientos, Jaime I ordenó llevar todo lo de valor al castillo y comunicó a la tropa que la repartición se haría justamente, y que si continuaban saqueando casas serían colgados.
Debido a esta situación, muchos musulmanes huyeron a las montañas y allí se hicieron fuertes. Para combatir estos focos de resistencia se organizaron varias incursiones, participando Jaime I en la primera de ellas, pero no logró finalizarla debido al cansancio de las tropas aragonesas. La segunda incursión se organizó en marzo de 1230, consiguiendo la rendición de un grupo de musulmanes.
Jaime I de Aragón llegó triunfal a Barcelona el 28 de octubre de 1230, un año y 23 días después de su salida.