EL MONTE DE PIEDAD
El Monte de Piedad en España fue fundado en 1702 por el padre Piquer, un capellán del monasterio de las Descalzas Reales en Madrid. La idea principal era ofrecer préstamos sin interés a las personas necesitadas. Los solicitantes podían empeñar objetos de valor, como joyas y ropas, a cambio de un préstamo en metálico. Estos préstamos estaban garantizados por los objetos empeñados, lo que permitía a las personas obtener dinero sin recurrir a prestamistas que cobraban altos intereses. Esto ayudó a combatir la usura y proporcionó una alternativa justa y accesible para aquellos en situaciones económicas difíciles.
El proceso era relativamente sencillo; una persona llevaba su objeto de valor al Monte de Piedad, donde expertos lo valoraban y determinaban la cantidad del préstamo. El objeto quedaba en depósito hasta que el préstamo fuera devuelto. Si el préstamo no se devolvía en el plazo acordado, el objeto empeñado se subastaba para recuperar el dinero prestado.
La semilla de los Montes de Piedad, sembrada en Italia por los franciscanos, encontró en España un terreno fértil para su desarrollo. Fue gracias a la figura de Francisco Piquer y Rudilla, un sacerdote nacido en Valbona (Teruel) en 1666. Fue un hombre de profunda fe y gran sensibilidad social. Como capellán del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, tuvo la oportunidad de conocer de cerca las necesidades de los más desfavorecidos e inspirado por los Montes de Piedad italianos, concibió la idea de implantar una institución similar en España. Su vinculación con el Monasterio de las Descalzas Reales, una orden religiosa con fuertes lazos con los franciscanos, le permitió conocer de primera mano el funcionamiento de los Montes de Piedad italianos. Piquer era un hombre profundamente comprometido con los más necesitados, la usura y la explotación de los pobres le indignaban profundamente. Demostró una gran capacidad para movilizar recursos y construir redes de apoyo para llevar a cabo su proyecto.

El 3 de diciembre de 1702, gracias al apoyo del rey Carlos II y de la nobleza madrileña, se fundó el primer Monte de Piedad de España en el Hospital de la Misericordia de Madrid, marcando un hito en la historia social y económica de nuestro país. Los préstamos se otorgaban a un interés muy bajo, con el objetivo de proteger a los deudores de la usura. Los préstamos se garantizaban con bienes muebles, como joyas, herramientas o ropa. Una parte de los beneficios se destinaba a obras de caridad y a sufragar las misas por las almas de los difuntos. La Iglesia, a través de sus órdenes religiosas y de su jerarquía, brindó un apoyo institucional fundamental a los Montes de Piedad. Muchos de los primeros Montes de Piedad se ubicaron en conventos o hospitales, y sus juntas directivas estaban compuestas en gran parte por religiosos.
Una parte significativa de los beneficios obtenidos por los Montes de Piedad se destinaba a la realización de obras piadosas, como la celebración de misas por el descanso de las almas de los difuntos. Con los beneficios se financiaba la creación y mantenimiento de hospitales y hospicios para atender a los enfermos, a los pobres y también se apoyaban diversas iniciativas de carácter social, como la construcción de escuelas, la ayuda a los huérfanos y la asistencia a los presos.
A lo largo del siglo XVIII, los Montes de Piedad se expandieron por toda la península, consolidándose como una institución de referencia en el ámbito del crédito social. Los reyes españoles respaldaron la creación de los Montes de Piedad, reconociendo su importancia para la sociedad. La Iglesia Católica veía en los Montes de Piedad una herramienta para combatir la usura y promover la caridad.
Los Montes de Piedad se convirtieron en una institución fundamental en la España de los siglos XVIII, XIX y gran parte del XX, proporcionando un acceso al crédito justo y solidario a las clases más desfavorecidas. Fueron una herramienta eficaz para combatir la usura, fomentaron valores como la solidaridad, la cooperación y la ayuda mutua y, además, contribuyeron al desarrollo económico al facilitar el acceso al crédito a las pequeñas empresas y a los artesanos.

A lo largo del siglo XIX, se produjo un crecimiento significativo en el número de Montes de Piedad en España. Esto se debió, en parte, a la creciente demanda de crédito por parte de la población y al reconocimiento de la utilidad de estas instituciones. Inicialmente centrados en los préstamos pignoraticios, los Montes de Piedad comenzaron a ofrecer nuevos servicios, como el depósito de valores y la custodia de objetos. La creciente importancia de los Montes de Piedad llevó a una mayor intervención del Estado, que promulgó diversas leyes y reglamentos para regular su funcionamiento.
La Revolución Industrial trajo consigo nuevos desafíos y oportunidades para los Montes de Piedad. Por un lado, la creciente urbanización y la concentración de la población en las ciudades aumentaron la demanda de crédito. Por otro lado, la aparición de nuevas formas de crédito, como los bancos comerciales, supuso una competencia para los Montes de Piedad. Jugaron un papel fundamental durante las crisis económicas, proporcionando liquidez a la población y ayudando a estabilizar la economía y, la evolución demográfica, con un aumento de la esperanza de vida y una disminución de la natalidad, influyó en las necesidades de crédito de la población.
A mediados del siglo XIX, surgió en España un nuevo tipo de entidad financiera: las Cajas de Ahorro. Estas instituciones, al igual que los Montes de Piedad, tenían como objetivo fomentar el ahorro y proporcionar crédito a la población. Con el tiempo, se hizo evidente que ambos tipos de entidades compartían objetivos similares y que podían complementarse mutuamente. Esto llevó a un proceso de fusión entre Montes de Piedad y Cajas de Ahorro, que se intensificó a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Las Cajas de Ahorro ofrecían una gama más amplia de servicios financieros, como cuentas corrientes y depósitos a plazo, que los Montes de Piedad no tenían, por lo que la unión de ambas entidades permitió optimizar recursos y mejorar la gestión.

El siglo XX estuvo marcado por grandes cambios en el sistema financiero español. Los Montes de Piedad, integrados en muchas ocasiones en las Cajas de Ahorro, tuvieron que afrontar nuevos desafíos; la aparición de grandes bancos comerciales supuso una competencia cada vez más intensa para los Montes de Piedad y las Cajas de Ahorro. Las crisis de los años 30 y de los 70 pusieron a prueba la solidez de estas instituciones y a partir de los años 80, se produjo un proceso de concentración bancaria que afectó a las Cajas de Ahorro y, por tanto, a los Montes de Piedad que terminaría acabando con ellos.
Francisco Piquer falleció en Madrid en 1739. Una estatua perpetúa su memoria en la Plaza de las Descalzas de Madrid, frente al Convento de las Descalzas Reales del que fuera capellán.
