TERCIOS DE FLANDES

LA BATALLA DE PAVÍA

En 1525 la guerra era contra Francia, ó mejor dicho; Francia estaba en guerra contra España. El motivo eran algunas posesiones de la monarquía hispana en los reinos italianos y era una guerra que llevaba varias décadas generando una serie de guerras intermitentes con batallas importantes. La primera fue la llamada Primera Guerra de Nápoles que tuvo lugar entre 1494 y 1498. Una guerra que como su nombre indica tuvo lugar en el Reino de Nápoles y que terminó con la victoria española, al frente de cuyas tropas estaba Gonzalo Fernández de Córdoba, quien durante aquella campaña se ganó el sobrenombre de Gran Capitán. La Primera Guerra de Nápoles no sirvió para apaciguar los ánimos expansionistas de Francia y tan solo tres años después, en 1501 volvieron a enviar un potente ejército a Nápoles, lo que provocó la Segunda Guerra de Nápoles, que duró entre 1501 y 1504, volviendo a ser derrotados nuevamente por las tropas españolas, una vez más dirigidos por el ya consagrado Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. Francia acabó aceptando que los reinos de Nápoles y Sicilia eran sueños inalcanzables debido a la determinación de España para defender aquellos territorios pero no renunció a sus deseos expansionistas por el viejo continente y decidió cambiar de estrategia y dirigió su mirada al Ducado de Milán, el Milanesado que llamábamos los españoles.

Cuando en 1520 Carlos I de España y V de Alemania fue nombrado Emperador del Sacro Imperio Románico Germánico, reinaba en Francia Francisco I, quien había aspirado también al titulo que ahora poseía Carlos y tal vez para no sentirse menos -ó sentirse más- decidió que era buen momento para apropiarse del Ducado de Milán, alegando otra vez sus derechos dinásticos. Debió pensar Francisco I y su Estado Mayor militar que aquél sería un trabajo más fácil, debido principalmente a su cercanía con Francia, pues al contrario que Nápoles, sus ejércitos no necesitarían embarcarse y por tanto la logística y la comunicación serían más fluidas.

El primer intento de invasión del Milanesado por parte de Francia sucedió en abril de 1524, en Bicoca, cerca de Monza. En aquella batalla, las tropas imperiales de Carlos en las que los Tercios españoles jugaron un papel decisivo, infringieron una dura derrota al ejército francés, compuesto en gran parte por mercenarios suizos. El siguiente intento de invasión fue en 1524 y ocurrió en Sesia, cuando un ejército francés de 40.000 hombres intentó hacerse con el Milanesado pero fueron rechazados de nuevo por los imperiales de Carlos. Unos meses más tarde, en octubre, el mismísimo Francisco I, rey de Francia, encabezó otro ejército de 30.000 hombres y numerosa artillería, cruzó los Alpes y tras arrasar varias localidades, logró llegar a Milán, obligando a las tropas imperiales de Carlos (1.000 españoles y 5.000 alemanes), a buscar refugio en la ciudad de Pavía, a 45 kilómetros de Milán. Aunque ahora había obtenido buenos resultados, la idea de Francisco I de participar personalmente en la conquista del Milanesado, al final no iba a resultar una buena idea.

Fotografía de Jordi Bru

Enterados los franceses de la evacuación de las tropas imperiales acuarteladas en Milán a Pavía, decidió Francisco I sitiar la ciudad con 30.000 soldados y 53 cañones. La situación era complicada para los tropas imperiales de Carlos pero para los 1.000 españoles del Tercio de Antonio de Leyva la situación siempre era límite. Como era de esperar, el Tercio no se rindió y durante 4 meses de penurias resistieron el asedio de la ciudad. A finales de febrero llegó el ejército imperial enviado por Carlos para solucionar el “embrollo”. Estaba compuesto por 24.000 alemanes, españoles e italianos, con Fernando de Ávalos al mando, un napolitano de origen español.

Coincidiendo con la llegada del ejército imperial, los franceses aunque bien posicionados y protegidos por dos anillos fortificados que habían construido alrededor de Pavía, se veían ahora rodeados pero todavía les quedaba una posibilidad; las arcas imperiales escaseaban y los soldados imperiales llevaban varios meses sin cobrar, por lo que esperaban que con el paso de las semanas comenzasen las deserciones. El propio Fernando de Ávalos tuvo que arengar a sus soldados para evitar que esto ocurriese, con estas palabras:

“Hijos míos, todo el poder del emperador no basta para darnos mañana un solo pan. El único sitio donde podemos encontrarlo en abundancia es en el campamento de los franceses.”

Dicho y hecho. En la noche del 23 al 24 de febrero de 1525, envió varias compañías de españoles para hacer una encamisada; una operación de infiltración nocturna para atacar el campamento enemigo. Se llamaba encamisada porque se vestían con una camisa blanca encima de las armaduras para reconocerse entre ellos en la oscuridad de la noche. Ávalos decidió enviar esta encamisada sobre un único punto en uno de los extremos de las defensas francesas, para evitar que todo el ejército francés acudiera en masa y así mantenerlo alejado del lugar de ataque. Para proteger a los encamisados en su retirada, envió 1.500 arcabuceros a un pequeño bosque cercano y al resto de la infantería preparada para intervenir en el caso de que la caballería francesa cabalgara en persecución de los encamisados, como así ocurrió. El empleo masivo de arcabuceros en una batalla diseñada de esta manera, hoy día os puede resultar habitual pero en aquel primer cuarto del siglo XVI no lo era.

Batalla de Pavía 15125. Obsérvese abajo a los encamisados españoles

Tras el ataque de los encamisados, se dio la voz de alerta en el campamento francés y Francisco I cometió la osadía de encabezar el ataque de la caballería francesa sobre los encamisados españoles que retrocedían hacía las líneas imperiales. Al pasar junto al bosque donde estaban ocultos los arcabuceros, la caballería francesa sufrió una escabechina tremenda de hombres y caballos. Al mismo tiempo, la infantería alemana se lanza sobre los jinetes franceses que caen al suelo para rematarlos y la caballería imperial (mucho menos numerosa) aparece en el combate para cargar contra la caballería francesa que ha sobrevivido a los disparos de los arcabuceros. Mientras tanto, en el interior de Pavía, Antonio de Leyva que se encuentra muy enfermo y necesita ser transportado mediante una silla de mano, sale de la ciudad junto a sus 5.000 hombres en tromba para desquitarse de los cuatro meses de penurias que han sufrido durante el asedio y arrollan a la infantería francesa que ocupaba la primera línea de asedio.

Mientras tanto, al otro lado, los piqueros imperiales avanzan protegiendo a los arcabuceros con sus largas picas. La caballería francesa está ya prácticamente finiquitada y el rey francés Francisco I y sus más cercanos hombres pelean en grupo cuando la infantería española se les hecha encima y tres bravos soldados españoles se abalanzan sobre un engalanado caballero francés para reducirlo, sin saber que se trata del rey de Francia:

“… y allegado yo (Alonso Pita da Veiga) por el lado izquierdo le tomé la manopla y la banda de brocado con cuatro cruces de tela de plata y en medio el crucifijo de la Veracruz que fue de Carlomagno y por el lado derecho llegó luego Juan de Orbieta y le tomó del brazo derecho y Diego de Ávila le tomó el estoque y la manopla derecha y le matamos el caballo y nos apeamos Juan de Orbieta e yo y allegó entonces Juan de Sandobal y dijo a Diego de Ávila que se apease e yo le dije que donde ellos e yo estábamos no eran menester otro alguno y preguntamos por el Marqués de Pescara (Fernando de Ávalos) para se lo entregar y estando el Rey en tierra caído so el caballo le alzamos la vista y él dijo que era el Rey que no le matásemos y de allí a media hora o más llegó el viso rey que supo que le teníamos preso y dijo que el era viso Rey y que él avía de tener en guarda al Rey e yo le dije que el Rey era nuestro prisionero y que él lo tuviese en guarda para dar cuenta del a su majestad y entonces el viso Rey lo levantó y llegó allí Monsieur de Borbón y dijo al Rey en francés aquí está vuestra alteza y el Rey le Respondió vos sois causa que yo esté aquí y Monsieur de Borbón respondió vos merecéis bien estar aquí y peor de los que estáis y el viso Rey Rogó a Borbón que callase y no halase más al Rey/ y el Rey cabalgó en un cuartago Rucio y lo querían llevar a Pavía y el dijo al viso rey que le Rogaba que pues por fuerza no entrara en Pavía que ahora lo llevasen al monasterio donde él había salido…”

Captura del rey de Francia Francisco I

Aparte de ser hecho prisionero el rey de Francia, otros importantes mandos militares franceses también fueron capturados y otros tantos murieron. Otro importante grueso que combatía junto al ejército francés eran los mercenarios suizos, hasta entonces muy temidos y considerada su infantería como una de las mejores. En Pavía se vieron obligados a retirarse en desbandada perseguidos por el fuego de los arcabuceros y la furia española hasta la orilla del rio Tessino, donde murieron a miles.

La batalla de Pavía fue un desastre enorme para Francia; Su rey capturado, sus principales mandos militares también, 2.000 heridos y 12.000 muertos. Para el bando imperial las bajas fueron 500 hombres, entre ellos Fernando de Ávalos, Marqués de Pescara que falleció varios después a consecuencia de las heridas recibidas. En la batalla de Pavía la estrategia militar cambió, la movilidad con la que se emplearon los arcabuceros y su potencia de fuego en campo abierto, supusieron el inicio del desarrollo de la fusilería durante las siguientes décadas en detrimento de la caballería pesada a la que ya no le servían sus armaduras.

Francisco I de Francia fue enviado a Madrid, donde vivió un lujoso cautivo hasta que firmó el Tratado de Madrid, por el cual renunciaba a sus derechos sobre Milán, Génova, Nápoles, Borgoña, Artois, Tournai y Flandes. Una vez liberado y regresado a Francia no cumplió el tratado y volvió a conspirar contra España pero eso lo contaremos otro día.

Les dejamos con el extraordinario relato de la batalla contada por el clérigo benedictino Prudencio de Sandoval, uno de los mejores historiadores de la época.

Porque vieron claramente las cruces blancas y se conoció ser aquel escuadrón de los quince mil tudescos de la banda negra, los cuales venían en muy buen orden, trayendo en la vanguardia más de cuatro mil coseletes escogidos. Y delante venían hasta doscientos escopeteros. Y a esta sazón ellos comenzaron a calar las picas hacia delante y decir: Her her. Que es: Arma, arma. Lo cual, visto por el marqués, y que no era ya tiempo de más disimular, volvióse a los españoles diciendo, como que se admiraba:

«¡Oh, cuerpo del mundo, engañados veníamos, que enemigos son! Sus, todo el mundo hincadas las rodillas haga oración, y nadie se levante hasta que yo lo diga.»

Ya los arcabuceros españoles que estaban delante del escuadrón se habían apercibido de encender cada uno dos o tres cabos de mecha para poder tirar más liberalmente, y llevaba cada uno en la boca cuatro o cinco pelotas para cargar más presto.

Hincados, pues, todos de rodillas, las mechas puestas en las llaves de los arcabuces hicieron oración; y los enemigos hicieron lo mismo. Al levantar salieron los doscientos escopeteros que los tudescos delante traían, y adelantándose hasta diez pasos dispararon todos a una. Pero como los españoles estaban de rodillas y ellos no tiraban de puntería, sino puesta la mecha a un palillo, teniendo con la una mano la escopeta, con la otra pegan el fuego, no mataron ni hirieron a nadie. Y en tirando volvieron a quererse meter en su escuadrón para tornar a cargar. Volviendo, pues, para esto las espaldas, comenzó el marqués en alta voz:

«¡Santiago y España!, a ellos, a ellos, que huyen.»

A esta voz se levantaron los arcabuceros y comenzaron a tirar con tanto concierto, que parecía había allí seis mil, no siendo más de seiscientos los que allí estaban. Fue tanta la furia, que los enemigos no pudieron dar dos pasos adelante, sino que caían tan espesos, que las picas, cayendo unas sobre otras, parecían algún cañaveral que derribaba el viento. En medio cuarto de hora no había coselete de la vanguardia de los enemigos, que todos habían caído, y hallábanse después muertos con cinco arcabuzazos en el peto, y otros con cuatro, y tres, y con dos, señal que todos habían llegado juntos, y a un tiempo; tan espesa y concertada fue la puntería, pues cada uno de aquellos tiros era mortal. De suerte que en el tiempo que tengo dicho, cayeron más de cinco mil hombres. Porque no hubo arcabucero que por lo menos no tirase seis tiros, y otros, ocho, y a diez.

“Vida y hechos del emperador Carlos V” Año 1600.

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