NAVEGANTES Y EXPLORADORES

HERNANDO DE SOTO

Hernando de Soto (Extremadura 1500 – Río Misisipi 1542) fue un conquistador y explorador español que participó en la conquista de Nicaragua y Perú. Como explorador recorrió los actuales estados de Florida, Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte, Tennessee, Alabama, Arkansas, Oklahoma, Texas y Luisiana, en el actual EEUU.

Se desconoce el lugar exacto del nacimiento de Hernando de Soto, siendo las localidades pacenses de Barcarrota y Jerez de los Caballeros las que se disputan el lugar de nacimiento. En cualquier caso, Hernando de Soto se marchó a América con 14 años, formando parte de la expedición de Pedro Arias Ávila (Pedrarias) que llegó aquel año a Castilla del Oro (actual Panamá). Por su corta edad, pasó sus primeros años en América como paje en la casa de Pedro Arias Ávila y fue testigo de las acusaciones y el juicio que terminó en sentencia de muerte a Vasco Núñez de Balboa, descubridor del Mar del Sur (Océano Pacífico).

En 1519 aparecen las primeras referencias documentales de Hernando de Soto, al alcanzar la juventud y aprender el manejo de armas de otro extremeño que años más tarde conquistaría Perú; Francisco Pizarro. También aprendió en el actual Panamá a tratar con los caciques de las pequeñas tribus indígenas locales, con las que se buscaba más las alianzas que la guerra. Hernando de Soto se ganó buena reputación durante aquellos primeros años de juventud, ya que su nombre y testimonio aparecen en diversas actas de la época.

La fama entre los conquistadores le llegó durante la expedición de Francisco Hernández de Córdoba por la actual Nicaragua, donde tuvo un papel destacado, participando en las fundaciones de Granada y Nuevo León. Los conflictos con otros conquistadores por las demarcaciones de Honduras y Nicaragua, finalmente se saldaron a favor de Pedrarias, quién recompensó por esos hechos a De Soto.

Hacía el año 1531 ya tenía una buena posición económica en América y enterado de la llegada de Pizarro (su antiguo camarada en Panamá) a Perú, decidió vender todos sus bienes para participar en la conquista del imperio inca, consiguiendo reclutar cien hombres y cincuenta caballos para la empresa. De Soto se reunió con Pizarro y sus hombres en la isla de Puná, en el golfo de Guayaquil, en el actual Ecuador. Pizarro estaba en la isla esperando reunir las fuerzas necesarias para emprender la conquista de Perú, antes de dar el salto al continente.

En julio de 1532 los españoles ya habían desembarcado en el continente y fundada San Miguel de Tangarará, la primera villa fundad por españoles en Perú. Desde aquel pequeño asentamiento, comenzaron las primeras exploraciones por el imperio inca, donde Hernando de Soto tuvo un papel imprescindible. Pizarro le encomendó una exploración para recoger información de la situación política, social, cultural, económica, demográfica y geográfica del vasto imperio inca. De Soto, con 40 jinetes exploró la sierra de Cajas, comprobando que aquel imperio estaba bien organizado y que no iba a ser empresa fácil. En esas, fueron informados los españoles que el imperio inca acababa de sufrir una guerra civil tras la muerte del emperador y que dos hijos se habían disputado el poder, saliendo vencedor Atahualpa. Enterados que el campamento del nuevo emperador estaba cerca de Cajamarca, no perdieron la ocasión para enviar una embajada para presentarse, siendo encargado para tal, Hernando de Soto, acompañado de quince jinetes.

La reunión con Atahualpa fue un éxito de Hernando De Soto que impresionó al Inca con una exhibición como jinete. Surgió entre ellos una simpatía y mutua admiración que hizo de Soto el mejor defensor de Atahualpa durante su prisión y el más crítico por la sentencia a muerte que consideró injustificada. En la posterior marcha hacia Cuzco, De Soto siempre fue la vanguardia frente a los ataques del disperso ejército leal a Huascar, el hijo que había perdido la guerra por el poder. Pizarro lo nombró corregidor de Cuzco y teniente de gobernador. Las noticias, llegadas en ese momento, de que el rey Carlos había otorgado a Diego de Almagro una nueva gobernación al sur de la de la Nueva Castilla, alteró los ánimos de los conquistadores y la vida de la ciudad.

Hernando de Soto, decepcionado y no deseando intervenir en la confrontación de Pizarro y Almagro por la delimitación de sus gobernaciones, decidió abandonar Perú, y en noviembre de 1535 se embarcó de regreso a España. Llevaba consigo su parte del botín de Cajamarca que la había correspondido en el reparto del mismo. En 1537 obtuvo el título de Adelantado de la Florida y gobernador de la isla de Cuba. Como gobernador de la isla, Soto dedicó un año entero a atender las necesidades de las poblaciones y procedió a la reconstrucción de los edificios de La Habana que habían sufrido uno de los frecuentes ataques de los corsarios franceses que empezaban a poner en dificultades el tráfico de las Indias. También tuvo que resolver el problema de los conflictos de límites en la jurisdicción de la Florida, cuyas fronteras no estaban aún definidas.

Tras apenas un año ejerciendo la gobernación de Cuba, el 18 de mayo de 1539 salió de La Habana rumbo a Florida. Llevaba seiscientos veinte hombres en nueve navíos, llegando sin dificultad a la bahía de Tampa que bautizaron como Bahía del Espíritu Santo. Allí dejó De Soto un retén de hombres al amparo de dos bergantines. El resto de la flota regresó a La Habana. Adentrándose en aquella tierra cenagosa habitada por indígenas hostiles, el Adelantado plantó su primer campamento junto al pequeño poblado de Ucita donde organizó su hueste para enviar grupos de exploradores hacia distintos rumbos. Uno de ellos tropezó con un español, apenas reconocible, náufrago de la anterior expedición de Narváez, un sevillano llamado Juan Ortiz que llevaba doce años esclavo del cacique de un pueblo enemigo del de Ucita. Sus servicios como intérprete fueron imprescindibles para De Soto.

De Soto es saludado por la reina de los cofitachequi

En marzo de 1540 iniciaron otra larga y penosa marcha, cansados y desilusionados por no encontrar un rico imperio como el mexica o el inca. Llegaron a orillas del río Savanah, donde gobernaba una joven señora. Los suntuosos enterramientos de poblados abandonados y una gran cantidad de perlas, hicieron pensar a De Soto que había llegado a los límites de una rica civilización pero nada más lejos de la realidad. Decidió explorar el interior del territorio, remontando el Savanah, en la actual Carolina del Norte para adentrarse en Tennessee. Afortunadamente en aquella región los indios se mostraron amigables y se hicieron muchas alianzas.

En octubre de 1540 sufrieron una sangrienta emboscada de los indios Apalaches, que pudieron sofocar a duras penas y con grandes pérdidas de hombres y caballos, además de muchos heridos. A pesar de la lamentable situación y tras reponer fuerzas, De Soto decidió -contra la voluntad de la mayoría de sus hombres- continuar la exploración, hasta que en mayo de 1541 llegaron al río Misisipi.

De Soto y sus hombres cruzan el Mississippi

Sus informes lo animaron a buscar una nueva provincia de buenas tierras, y llegó hasta el río Arkansas donde estableció su campamento para pasar el invierno de aquel año, para continuar después su marcha, esta vez buscando ya una salida al mar a través del Gran Río. En la provincia de Guachoya encontró por fin el lugar que le pareció adecuado para establecer una fundación porque su cacique le ofreció ayudas y alianzas para ello. Era el mes de abril de 1542, pero el cansancio y el agotamiento empezaban a hacer mella en sus hombres y él mismo sucumbía a la malaria. Murió el 21 de mayo después de confiar a Luis de Moscoso la dirección de aquella hueste maltrecha. Éste ocultó a los aliados indígenas la muerte de aquel jefe que ellos consideraban un héroe invulnerable. Encerró su cuerpo en el tronco de una encina y lo condujo a un lugar previamente sondado del río cuyas diecinueve brazas de fondo aseguraban una tumba inviolable.

El cuerpo de De Soto es arrojado al río Misisipi. Obra de Rafael Monleón

Después abandonó el lugar para encontrar el camino de salida al mar a través del cauce del Mississippi y llegar al Golfo de México, en los primeros meses de 1543. La relación de la expedición a la Florida fue recogida por varios de sus componentes y su memoria pervivió con vigor suficiente para que en los albores del siglo xvii el gran humanista mestizo, el inca Garcilaso de la Vega.

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