CIENCIA

EL MOLINO DE MAREAS

LA INGENIERÍA SECRETA DE LA TECNOLOGÍA MAREOMOTRIZ

El molino de mareas es una de las manifestaciones más fascinantes de la ingeniería. Antes de la máquina de vapor y mucho antes de la electricidad, la humanidad buscó formas de aprovechar la energía de la naturaleza para procesar alimentos básicos. Mientras que los molinos de viento son iconos del paisaje manchego y los de río salpican la geografía interior, los molinos de mareas fueron los gigantes industriales de las costas atlánticas y cantábricas de España, unas infraestructuras que, durante siglos, domaron la fuerza de la luna y el océano para alimentar a poblaciones enteras y sostener imperios comerciales.

A diferencia de los molinos hidráulicos fluviales, que dependen del caudal constante de un río, el molino de mareas depende de la energía mareomotriz, es decir, del ascenso y descenso cíclico del nivel del mar provocado por la atracción gravitatoria de la luna y el sol.

El principio básico es de una simplicidad engañosa, pero de una ejecución técnica compleja. El sistema se basa en el almacenamiento de agua durante la pleamar (marea alta) para liberarla durante la bajamar (marea baja), aprovechando la diferencia de altura (o salto hidráulico) para mover la maquinaria.

Los componentes esenciales de esta arquitectura son:

El Dique: Es la obra de ingeniería más costosa y vital, la columna vertebral del sistema. El dique tiene una función doble: retener el agua y servir de camino. Cerraba una ensenada, una marisma o un estero. Debía ser lo suficientemente fuerte para resistir el embate de las olas y las tormentas, pero hermética para retener el agua. No es recto; sigue una curvatura suave para adaptarse al lecho de la marisma y distribuir mejor la presión del agua cuando el vaso está lleno.

El Vaso: El espacio de almacenamiento de agua que queda detrás de la presa. Su capacidad determinaba la autonomía del molino. Cuanto más grande el vaso, más horas podía moler el molinero tras la bajada de la marea, esto es, unas 4 a 6 horas por ciclo de marea. Uno de los mayores problemas técnicos era la acumulación de sedimentos. El diseño del flujo de agua debía intentar mantener los canales limpios por autolavado, aunque periódicamente requería limpieza manual.

Las Compuertas: Situadas bajo los arcos del molino o en puntos estratégicos del dique. Son válvulas abatibles que permiten la entrada del agua del mar hacia el vaso cuando la marea sube. Por lo general, se abrían automáticamente por la presión del flujo entrante y se cerraban solas cuando la marea comenzaba a bajar y la presión del agua embalsada superaba a la del mar exterior.

Los Canales y Saetines: Conductos que dirigían el agua a presión desde el embalse hacia las ruedas motrices. Es una tobera cónica que reduce la sección del paso del agua para aumentar su velocidad. El agua sale del embalse a presión y se dispara a través del saetín.

El Rodete: Una rueda hidráulica horizontal situada en la parte inferior del edificio sumergida en el flujo del agua. Al salir el agua a presión, golpeaba las cucharas del rodete, transfiriendo su energía y haciendo girar el eje.

El Eje de Transmisión: Un tronco vertical robusto que atraviesa el suelo del edificio, conectando el rodete con las piedras. No hay engranajes complejos ni cajas de cambio; es transmisión directa. Una vuelta de rodete equivale a una vuelta de piedra.

La Rangua: Es el punto de apoyo inferior del eje. Al girar todo el peso de la maquinaria sobre un punto bajo el agua, la fricción es brutal. La rangua solía ser una pieza de bronce o piedra muy dura sobre la que pivotaba el eje.

La Maquinaria de Molienda: El eje transmitía el movimiento del rodezno a dos piedras de moler (muelas) situadas en la planta superior, donde se trituraba el grano. Pueden pesar cerca de 1.000 kg cada una. La piedra inferior está fija e inmóvil en el suelo, mientras que la piedra superior es la que gira conectada al eje. Ambas piedras tienen surcos que actúan como tijeras para romper el grano y, mediante la fuerza centrífuga, expulsan la harina hacia el exterior de la piedra.

El Alivio: Un sistema de palancas de madera mediante las cuales el molinero podía controlar la distancia entre las piedras, levantando o bajando milimétricamente las piedras de moler mientras giraban. Al hacerlo más juntas, el resultado era una harina más fina, pero mayor riesgo de que las piedras se toquen, echen chispas y quemen la harina o incendien el molino. Por el contrario, sí separaba más las piedras, salía una harina más basta y menos valorada

Croquis de un molino de mareas

Pero la geografía es determinante. Los molinos de mareas no existen en el Mediterráneo español debido a la escasa amplitud de sus mareas (apenas unos centímetros). Su hábitat natural es el litoral Atlántico y Cantábrico, donde la diferencia entre pleamar y bajamar puede superar los cuatro metros, generando la energía potencial necesaria. España contó con grandes focos de desarrollo:

Cantabria: Fue una potencia en este sector. Destacan el Molino de Santa Olaja (Arnuero) y el de Cerroja (Escalante). Se estima que Cantabria llegó a tener docenas de estos ingenios funcionando simultáneamente.

Vascongadas: Aunque menos numerosos que en Cantabria, existieron ejemplos notables en las rías de Vizcaya y Guipúzcoa. Muchos de ellos desaparecieron bajo el desarrollo industrial de los siglos XIX y XX.

Galicia: Las Rías Baixas y Altas, con su intrincada costa, eran el escenario perfecto. En Galicia, los molinos solían ser construcciones de granito, sólidas y adaptadas a un entorno de humedad extrema. Destacan ejemplos como el Molino de Pozo del Cachón en Muros o los molinos de la zona de Cambados (A Seca).

Costa atlántica de Andalucía: Aquí, el molino de mareas alcanzó su máxima expresión industrial y económica. La costa de la Luz, con sus inmensas llanuras de marea, caños y esteros, permitió la construcción de molinos de gran capacidad.

Cádiz: La Bahía de Cádiz fue el epicentro. Localidades como San Fernando, Chiclana, Puerto Real y El Puerto de Santa María dependían de ellos. El famoso Molino del Caño o el Molino de San José son ejemplos de esta arquitectura.

Huelva: En la zona de Isla Cristina y Ayamonte, los molinos aprovecharon las marismas del Odiel y el Guadiana. El Molino de El Pintado en Ayamonte es hoy un referente de restauración.

Museo Molino Mareal El Pintado

El origen de los molinos de mareas es difuso. Aunque los romanos conocían la tecnología hidráulica a la perfección, las evidencias arqueológicas de molinos de mareas romanos son escasas. Se cree que la tecnología pudo expandirse en la Alta Edad Media. En España, existen documentos que sugieren su presencia desde el siglo XIII y XIV, tras la Reconquista, cuando la repoblación de las costas exigía infraestructuras para procesar el cereal.

El gran auge de los molinos de mareas en el sur de España está intrínsecamente ligado al descubrimiento de América y el comercio transatlántico. Cádiz y Sevilla poseían el monopolio del comercio con el Nuevo Mundo. Los galeones que partían hacia las Américas necesitaban provisiones para travesías de meses. El alimento básico de la marinería era el bizcocho de mar o «galleta náutica», un pan cocido dos veces para eliminar la humedad y asegurar su conservación.

Para producir las toneladas de harina necesarias para estos bizcochos, los molinos fluviales eran insuficientes, especialmente en el sur de España, donde los ríos sufren sequías severas en verano. El mar, sin embargo, nunca falla; la marea es constante todo el año. Así, los molinos de mareas de la Bahía de Cádiz se convirtieron en industrias estratégicas de España. No solo molían para la población local, sino que alimentaban a la Flota de Indias y a la Armada.

Interior del molino de marea de Santa Olaja (Cantabria)

Mientras, en el norte los molinos de mareas jugaron un papel crucial tras la introducción del maíz en el siglo XVII. El maíz, traído de América, se adaptó perfectamente al clima húmedo del norte de España, desplazando a otros cultivos. Su grano, más duro y grande, requería una molienda potente. Los molinos de mareas, con su fuerza constante, eran ideales para esta tarea, complementando a los molinos de río que a menudo se paraban en verano.

Un molino de mareas no era solo una máquina; era un edificio multifuncional. La planta baja solía estar al nivel del dique, conteniendo la sala de molienda. Debajo, invisibles bajo el agua la mayor parte del tiempo, estaban los cárcavos con los rodetes. La planta superior a menudo servía de vivienda para el molinero y su familia, o de almacén de grano.

Interior restaurado del molino El Caño (El Puerto de Santa María, Cádiz). Fotografía de José Manuel Vargas Rosa

La vida del molinero de mareas era dura y solitaria. Vivían en humedales, zonas a menudo insalubres propensas a mosquitos y fiebres. Su ritmo de vida era lunar, no solar. A diferencia del molinero de río, que podía trabajar de forma continua, o el de viento, que dependía de ráfagas aleatorias, el de mareas tenía un horario predecible pero cambiante. Si la marea baja era a las 3 de la mañana, a esa hora debían levantarse para soltar los frenos y empezar la molienda. El ciclo de trabajo se desplazaba aproximadamente 50 minutos cada día. Esto obligaba a trabajar a horas intempestivas, de madrugada o de noche cerrada, aprovechando las 4 o 6 horas útiles que otorgaba la bajamar antes de que el nivel del mar exterior subiera lo suficiente para anular el salto de agua.

El sistema de pago habitual era la maquila; el molinero no cobraba dinero, sino que se quedaba con un porcentaje del grano molido. Esto generaba frecuentes disputas con los campesinos, que a menudo acusaban al molinero de robar grano o mezclarlo con polvo.

El fin de la era de los molinos de mareas no fue repentino, sino una lenta agonía provocada por la modernidad tecnológica.

La Revolución Industrial: La llegada de la máquina de vapor en el siglo XIX liberó a la industria de la dependencia de la geografía. Ya no hacía falta estar junto a un río o el mar para mover maquinaria. Se podían construir fábricas de harina en cualquier lugar.

La Electricidad: A finales del siglo XIX y principios del XX, la electrificación rural dio la puntilla final. Un motor eléctrico era constante, barato y no dependía de la luna.

Cambios en el Mercado: La demanda de harinas más refinadas y blancas, producidas por los modernos sistemas de cilindros en grandes fábricas de harinas, hizo que la harina de molino de piedra, más basta e integral, perdiera valor comercial, quedando relegada a pienso para animales.

La Industria Salinera y Piscícola: En la bahía de Cádiz, muchos molinos se abandonaron o se reconvirtieron para apoyar a la industria de la sal o, más tarde, se transformaron en compuertas para granjas de peces.

Museo Molino de Seca (Pontevedra)

Hacia mediados del siglo XX, la inmensa mayoría de los molinos de mareas de España habían cesado su actividad. Sus presas se rompieron, sus vasos se llenaron de sedimentos y sus maquinarias se oxidaron bajo el salitre.

Durante décadas, estos edificios fueron vistos como ruinas inútiles. Sin embargo, en los últimos años, ha surgido un nuevo reclamo turístico sobre el valor del patrimonio industrial. Son testigos de la tecnología preindustrial y de la economía marítima de España. Además, los molinos de mareas se sitúan en marismas y estuarios que hoy son, en su mayoría, Parques Naturales o zonas protegidas. Los antiguos muros de las presas se han convertido en ecosistemas propios donde anidan aves y crecen especies vegetales halófilas.

España, con sus miles de kilómetros de costa y su rica historia marítima, posee en los restos de estos molinos un tesoro patrimonial que fueron mucho más que fábricas de harina; centros neurálgicos de la economía costera y obras maestras de una ingeniería hidráulica que, siglos después, sigue asombrando por su eficacia y narra la historia del ingenio humano.

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