EL DESCUBRIMIENTO DE LAS ISLAS CAROLINAS
Por su ubicación en la mayor extensión del planeta, que es el océano Pacífico y la gran cantidad de islas que la componen, las Islas Carolinas fueron descubiertas por varias expediciones que pasaron por allí durante décadas; unas en las primeras incursiones de España en la ruta hacia las islas de las especias (Molucas) y por otras expediciones por estar ubicadas a medio camino entre América y Asia. Inicialmente no fueron bautizadas como Carolinas, sino con distintos nombres; Islas de las Hermanas, Hombres Pintados , Los Jardines, Los Barbudos… Hasta que Francisco de Lezcano en 1686 llegó a Yap y las llamó Carolinas, en honor del rey Carlos II de España, haciendo extensible el nombre a las Islas Palaos.
Las Carolinas son un archipiélago de la Micronesia, al oeste del Océano Pacífico. Tienen una extensión de 1.194 km² y 126.000 habitantes. Está formado por casi un millar de atolones e islas, algunas de origen volcánico. El archipiélago está políticamente dividido en dos países; Los Estados Federados de Micronesia y Palaos. Las principales islas son Ponape, la más extensa y elevada, Truk, Kosrae y Yap. Estas, las más orientales, forman los Estados Federados de Micronesia, mientras que Palaos, es una república independiente.
También se han venido aplicando los nombres de Carolinas Occidentales, Centrales y Orientales, comprendiendo esta última denominación los archipiélagos de Marshall y Gilbert, llamados así por el mundo anglosajón al apropiarse del descubrimiento de esos dos grupos de islas, cuando en verdad no hicieron los capitanes Marshall y Gilbert más que reconocer ocho islas ó grupos de las 33 que tienen y que ya habían descubierto los españoles en sus primeras expediciones a Los Barbudos.
La primera expedición española documentada que se internó en el archipiélago, fue la de Fray García Jofre de Loaysa, que en julio de 1525 había zarpado de La Coruña al frente de una flota de siete naves, en la que viajaba como piloto mayor Juan Sebastián Elcano, quién cuatro años antes había conseguido dar la primera vuelta al mundo y por tanto tenía experiencia en navegar por aquél océano. Aquella fue posiblemente la expedición más desafortunada de cuantas hizo España por el Mar del Sur, pues tan solo unos pocos consiguieron volver a España tras años de naufragios, enfermedades, ataques e incluso prisión en cárceles portuguesas. De hecho, cuando divisaron la primera de las islas Carolinas, García Jofre de Loaysa había fallecido meses antes y el mando pasó a Elcano, quién ya enfermo de escorbuto, murió a los pocos días. Estaba al mando de la expedición Toribio Alonso de Salazar, un marino vizcaíno que también estaba enfermo de escorbuto cuando divisaron las islas Carolinas y que falleció unos días después.
El 21 de agosto de 1526 divisaron tierra y al día siguiente llegaron frente a ella aunque no pudieron desembarcar debido a las fuertes corrientes marinas que encontraron
«Esta isla que llamamos de San Bartolomé corre por la parte del Sur. De una punta que tiene al Este con otra que tiene al Oeste hay 10 leguas… Dentro de esta isla a la parte del Oeste hay una laguna muy grande y parecía el agua muy verde. Al Este de esa laguna había grandes árboles; aquí anduvimos todo el día y la noche, no la pudimos tomar porque las corrientes nos habían echado a sotavento»
La siguiente expedición en toparse con las Carolinas fue la de Alvaro de Saavedra. Una expedición precisamente con la única finalidad de buscar a los supervivientes de la expedición anterior de Loaysa, de la que se había dejado de tener noticias y de los hombres de la Trinidad, la otra nao de la expedición de Magallanes que había intentado en vano regresar a España por la ruta contraria que hizo Elcano. Como vemos, España no desestimaba en recursos para encontrar tripulaciones perdidas en aquella inmensidad.
La expedición de Alvaro de Saavedra zarpó del puerto de Zihuatanejo en Nueva España (México), en octubre de 1527 y constaba de tres naves. Tras perder dos ellas por una tempestad el 29 de noviembre, quedó la expedición en una sola nao, la Florida. El 1 de enero de 1528 vieron unas islas bajas que formaban dos grupos. Tomaron posesión de ellas el día 3 a nombre de la corona de Castilla. A estos grupos puso Saavedra de nombre «Islas de los Reyes», por ser el día de los Reyes Magos la fecha relevante más cercana a su llegada. Estas islas pertenecen al grupo de Ulithi. Cerca de ambos grupos se encuentra la isla de Yap y es de suponer que la expedición tocara tierra en ella por haber permanecido en aquéllas latitudes hasta el día 8 pero por lo incompleto de las crónicas de este viaje nada se puede asegurar. Así escribió Saavedra el descubrimiento:
«El miércoles 1 de Enero del año de 1528, á hora de vísperas, llegué á una isla que tenía otros dos isleos pequeños y tierra baja toda, y corrí (navegué) hasta treinta leguas una parte de ella, y surgí con una ancla: estuve esta noche fondeado.
Otro día, jueves por la mañana, hice que fuese el piloto en la barca, a ver si me podía llegar junto con esta isla, y halló que era todo hondable aunque sucio; pero no me pude llegar á tierra, que era el viento muy contrario y mucho: aquí estuve surto el jueves todo el día y la noche, tomando ciertas pipas (barriles) de agua salada para lastre. Este día vimos una vela (embarcación nativa) de lejos; no supe quién era.
Viernes siguiente levanté ancla, y vine la vuelta de la isla pequeña que estaba cuatro leguas de esta otra dó surgí; y viniendo sobre ella, paresció una vela que arriba digo, en la misma isla donde yo iba; por manera, que tomamos casi á una tierra en la dicha isla. Envié la barca en tierra con el maestre de campo y quince hombres para que tomasen lengua, y fué à una punta, donde había huido la vela que digo, y halló dos barcas de gente de la tierra, y no quisieron esperar: hicieron vela y fuéronse, sin que pudiesen saber qué gente era.
Sábado adelante, saltó yo á tierra y llevé conmigo a mi piloto y otra cierta gente para buscar agua: tomó el altura el piloto y hallóse en once grados de la equinoccial. Este día hice hacer un hoyo para buscar agua y salió salada; fui á otra punta de la isla más alta que ésta, y hallamos buena agua, donde tomé doce pipas de agua de que teníamos necesidad.
Domingo adelante, á hora de misa, salieron dos velas de una isla mayor que ninguna de estas otras que digo, que estaba más alta que ésta, y vinieron sobre la isla donde yo estaba á reconoscer qué gente éramos, y surgieron un tiro de lombarda (cañonazo) de donde yo estaba. Y á esta sazón había enviado dos hombres de los de mi compañía, la vía de donde ellos estaban surtos, y como los vieron ir, saltaron á tierra cuatro de ellos y llegaron á hablar á los dos de mi compañía, y estuvieron un rato juntos, gran rato desviados do donde yo estaba, sin que se mudasen á ninguna parte. Visto esto, envié allá otro de mi compañía que contratase con ellos; en esto cómo se quedase en sus barcas un español de los tres, y los otros dos me trajesen uno de ellos para ver qué gente eran ó qué manera tenían; y aunque envié á hacer esta contratación que digo, y dejar estos rehenes, no quisieron darme uno, aunque se querían quedar dos de los de mi compañía en rehenes; antes se entraron en sus barcas y se fueron; lo que de ellos se alcanzó, fue que es gente desnuda y barbada; los rostros cariluengos: traían delante de sus naturas cierta cosa de palmas menuda, tejida, hechas unas telas á la manera de las nuestras. A más estas barcas que traen son grandes navíos de la vela, que ninguno de nuestros navíos tienen que hacer con ellas. Aquí estuve surto hasta miércoles, que se contaron a 8 de enero, tomando el agua que digo: aquí se me dañaron dos amarras, que era muy sucio; salí tocando por aquí con mucho trabajo y peligro, porque estaba entre muchos bancos. En esta isla dejé al pie de un árbol grande enterrada una carta en una botija, y escrito en el árbol como quedaba allí, por si alguno fuese en busca mía, supiese dónde iba.»
Saavedra continuó su viaje a las Molucas pasando por Mindanao y en Junio de 1528 salió de Tidore (Molucas) para regresar a Nueva España (México), lo cual no pudo conseguir por no encontrar vientos favorables (todavía no se había encontrado la corriente que lleva de Oriente a América), regresando a Tidore en noviembre de ese año. Durante seis meses recorrió más de 100 leguas por entre las islas occidentales de los Papúes, (Nueva Guinea), cuyos descubrimientos
suponen ya los habían hecho los portugueses ó por lo menos debían tener noticias de dichas tierras por estar próximas a las Molucas, pues los portugueses estaban asentados desde 1511. Alejándose de las costas encontró otras islas hacia los 7° de latitud Norte, a las que no bautizó pero que deben ser las del grupo Hogoleu.
En mayo de 1529 volvió a salir Saavedra de Molucas con dirección a Nueva España, (México) y después de tocar en la isla Urais (hoy Almirantazgo), descubrió el 14 de septiembre una isla que es hoy llamada Ualan. Entre finales de septiembre y primeros de octubre descubrió otros grupos de islas que los indígenas denominaban Uyae, Tagai ó Taca, y Udiric. El 9 de Octubre de 1529 murió Saavedra, regresando la nave Florida a las Molucas en diciembre.
La siguiente expedición que pasó por las Carolinas fue la de Hernando de Grijalva. En 1536 zarpó de Acapulco a bordo de la nao Santiago, acompañado de un patache (barco de bajo calado) que al poco tiempo abandonó. Otra penosa y extrema navegación que unos meses después acabó con la vida del capitán Hernando de Grijalva, quedando al mando Esteban de Castilla. Esta expedición terminó con el navío en la costa de Nueva Guinea pereciendo casi toda la tripulación. La información de esta expedición las conocemos gracias al testimonio de Miguel Noble, uno de los dos únicos tripulantes que salvaron la vida pero quedando cautivo de los indios. Fue rescatado tres años más tarde, en 1539, por el gobernador de Ternate (Molucas), Antonio Galvao. Según estas declaraciones existentes en el Archivo de Indias de Sevilla, atribuye a esta expedición los descubrimientos de:
Acea: Actualmente llamada Matador, cuyo nombre suponen está tomado de los españoles, lo cual es dudoso, porque no hay constancia en los archivos españoles de haber sido nombrada alguna de aquellas islas con este nombre.
Es una barrera de arrecifes que contiene quince isletas bajas, de vegetación frondosa y de formación coralina. Los habitantes son de color cobrizo claro, el pelo ondeado y sorprendentemente, con mucha frecuencia rubio.
Pescadores: Es un pequeño islote habitado; los indígenas la llaman Kapingamarangi
Coroa: No es fácil averiguar de que isla es. Únicamente teniendo en cuenta la ruta que llevaban, se puede aplicar á un arrecife aislado y deshabitado.
Guedes: Es un arrecife circular con una extensión de 700 kilómetros cuadrados, dentro del cual se elevan cinco islas. Todas son bajas y cubiertas de cocoteros, ofreciendo la particularidad de estar habitadas por gente de raza cobriza a pesar de su proximidad a Papúa Nueva Guinea, donde los naturales son de raza negra.
Una nueva expedición en 1542 iba a continuar ampliando el mapa del mundo con más descubrimientos en las Carolinas. Estaba encabezada por Ruy López de Villalobos, un marino malagueño a quién se le encomendó la labor de explorar «Las Islas de Poniente» (así era como se llamaban a las Filipinas) y establecer una ruta comercial viable con la costa del Pacífico de la América hispana. Fue precisamente esta expedición la que dio nombre a esas islas como «Filipinas» en honor de Felipe II de España, entonces príncipe. Ruy López de Villalobos partió el 1 de noviembre de 1542 desde el puerto de Barra de Navidad en Nueva España (México), al frente de una flota de seis barcos; Santiago, San Jorge, San Antonio, San Cristóbal, San Martín y San Juan de Letrán.
El 26 de diciembre avistaron un grupo de 18 ó 20 islas pequeñas que pusieron de nombre Islas de los Corales, echando el ancla en el puerto natural de una de ellas que llamaron San Esteban. Este grupo es el llamado Otdia que forma parte de las de Ratak en las Carolinas. Casi en el mismo día, a 40 leguas de allí descubrieron otras islas que las dividen en uno ó dos grupos que llamaron Los Reyes y Los Jardines, llamados hoy día Likiep y Namu pertenecientes también al llamado actualmente archipiélago de Marshall y en las que cogieron agua y leña. El capitán Bond, del Royal Admiral que pasó por allí en 1792 se apropió este descubrimiento
Después de recorrer 100 leguas en la misma dirección, sufrieron una fuerte tormenta y el San Cristóbal que estaba capitaneado por Ginés de Mafra, un veterano de la expedición de Magallanes – Elcano, se separó del grupo y perdió el contacto, aunque tiempo después consiguieron llegar a la isla de Limasawa, en Filipinas, donde años antes habían llegado con la expedición de Magallanes.
El 23 de enero de 1543 pasaron por una isla pequeña hoy llamada Fais. A los tres días, en igual latitud, hallaron otra isla mayor que la anterior que llamaron Arrecifes, correspondiendo por su descripción a la de Yap. Esta isla debió ser visitada con anterioridad por los españoles porque los naturales que salieron en canoas saludaron en castellano a Villalobos haciendo con las manos la señal de la cruz.
Esta expedición, al igual que la de García de Loaysa, también tuvo un trágico final. Merece la pena hacer un alto en el descubrimiento de las Carolinas y contarlo. Abandonadas las Carolinas, el 29 de febrero entraron en bahía Baganga, a la que llamaron Málaga, en la costa oriental de la isla de Mindanao (Filipinas). La flota permaneció allí durante 32 días, la tripulación entera sufría hambre extrema. Ordenó a sus hombres sembrar maíz, pero fracasó. El 31 de marzo de 1543, la flota partió en busca de alimentos. Después de varios días de lucha, llegaron a Sarangani.
El galeón San Cristóbal, que había llegado a Limasawa dos meses antes, apareció milagrosamente con una carga de arroz y otros alimentos. El 4 de agosto, el San Juan y el San Cristóbal fueron enviados de vuelta a las islas de Leyte y Samar para obtener más alimentos. Un contingente portugués llegó el 7 de agosto y les entregó una carta del gobernador de la Molucas, exigiendo una explicación para la presencia de la flota en territorio portugués. López de Villalobos respondió, en una carta fechada el 9 de agosto, que no estaban invadiendo y que se encontraban dentro de la línea de demarcación de la Corona de Castilla. Después, el San Juan fue enviado de regreso a Nueva España (México) para abastecerse.
En la primera semana de septiembre llegó otra carta del gobernador portugués de Molucas con la misma protesta y López de Villalobos escribió una nueva respuesta el 12 de septiembre, con el mismo mensaje que la primera. Partió para Abuyog, en Filipinas, con las naves restantes, el San Juan y el San Cristóbal. La flota no pudo avanzar debido a los vientos contrarios. En abril de 1544 se embarcó rumbo a la isla de Amboina (Ambon, Molucas). Villalobos y su tripulación se dirigieron luego a las islas de Samar y Leyte, a las que llamaron Las Islas Filipinas en honor del entonces Príncipe de España, Felipe II. Expulsados por los nativos hostiles, el hambre y un naufragio, López de Villalobos se vio obligado a abandonar sus asentamientos en las islas. Buscaron refugio en otras islas de las Molucas y después de algunas escaramuzas con los portugueses, fueron capturados y encarcelados.
Ruy López de Villalobos murió el 4 de abril de 1546, en su celda de la prisión en la isla de Ambon de una fiebre tropical, o como dijeron los portugueses «de un corazón roto». En su lecho de muerte fue atendido por el jesuita más tarde nombrado santo, San Francisco Javier que se encontraba entonces en viaje de evangelización en las Molucas bajo la protección del rey de Portugal y como Nuncio del Papa en Asia.
Unos 117 miembros de la tripulación sobrevivieron, entre ellos Ginés de Mafra. De Mafra redactó un manuscrito sobre la circunnavegación de Magallanes-Elcano y fue enviado a España por un amigo a bordo. Se embarcaron para Malaca (Malasia), donde los portugueses les pusieron en un barco con destino a Lisboa. Unos treinta optaron por permanecer allí, incluyendo al propio Ginés de Mafra. Su manuscrito permaneció desconocido durante siglos hasta que fue descubierto y publicado en 1920.
Pero regresemos a las Islas Carolinas porque la siguiente expedición que pasó por allí fue la de Miguel López de Legazpi
El 21 de noviembre de 1564 zarpó del puerto de Barra de Navidad en Nueva España (México) una escuadra de cuatro barcos que iba a cambiar el mundo. Se trataba de la expedición de Miguel López de Legazpi quien por encargo directo del rey de España, Felipe II, tenía órdenes de llegar a las Islas de Poniente (Filipinas) y sentar las bases de asentamientos estables en el archipiélago asiático. Con él viajaba el cosmógrafo Andrés de Urdaneta, quien en navegación de regreso a Nueva España (México), establecería un hito histórico al encontrar la latitud en la que la corriente de viento hacía posible la navegación entre Asia y América, el llamado Tornaviaje, una corriente de aire que hasta entonces ninguna de las anteriores expediciones había logrado encontrar y que tantas pérdidas de hombres y barcos había causado.
El 1 de diciembre se separó el patache San Lucas del resto de la flota por tratarse de un barco más ligero y el 9 de enero de 1565 avistaron las primeras islas del archipiélago de las Carolinas, cuyos pormenores narramos a continuación para no perder los preciosos datos:
«El 9 avistaron una isla pequeña y baja que podía tener una y media ó dos leguas a lo sumo, de norte a sur y poco más de media de este a oeste, pareciendo casi partida por medio en marea alta, pero unida en la baja. Tenía arbolado, cocales, huertos, pesquerías y había gallinas como las de Castilla, con unas 20 casas principalmente en la parte de Poniente. Vieron unos cien habitantes, creyendo podía haber doscientos a lo más. Eran morenos y bien formados los hombres con barbas crecidas y sin armas. Los pilotos le dieron el nombre de Isla de los Barbudos y el navío fondeó en ella, bajando el Padre Andrés de Urdaneta a tomar lenguas (hacer anotaciones del lenguaje de los indígenas) y Felipe de Salcedo, con el Maestre de Campo Mateo del Saz y treinta hombres armados para tomar posesión de ella en nombre de Su Majestad»
Esta isla es la de Miadi. En los cuatro días siguientes descubrieron hasta cuatro grupos de islas e islotes, a los que dieron los nombres de Placeres ó Arrecifes, Pájaros, Corrales y Las Hermanas, hoy llamadas Ailuk, Jemo, Ligiep y Schanz, aunque el tercero de estos grupos ya había sido descubierta por la anterior expedición de Ruy López de Villalobos.
La expedición de Legazpi siguió su camino hacia las Islas de Poniente (Filipinas) pero el patache San Lucas que se había separado de la flotilla de Legazpi, continuó por las Carolinas haciendo más descubrimientos. Este barco se separó a traición, es decir a propósito, una deserción pactada entre el capitán del barco, llamado Alonso de Arellano y el piloto, de nombre Lope Martín.
El 5 de enero de 1565 descubrieron un grupo de 36 islas bajas y otro semejante dos días después. Una isla pequeña el día 8 y otras islas con arrecifes al día siguiente. Todas pertenecientes a los grupos ya descubiertos de Ligiep, Namu y Otdia, a excepción de la isla solitaria descubierta el día 8 que se llama Jabwot.
El 16 de Enero llegaron a unas islas montañosas que pertenecen al grupo de Hogoleu, ya descubiertas por Saavedra. Un día después llegaron a tres islas formando un triángulo; Ollap, Famdic y Tamalan que forman el grupo Los Mártires y que fueron llamadas así por la muerte de tres españoles tras sufrir un ataque sorpresa de los indios:
«El 17 de Enero de 1565 al cuarto del alba, llegaron á tres islas pequeñas, puestas en triángulo, y á la punta de una de ellas que formaba arrecife; ocupaban dos leguas y estarían apartadas unas de otras como media; se hallaban en siete grados y tres cuartos, y distantes 25 leguas de las de atrás. De ellas salió gente armada que hizo tracción y mató tres españoles.»
El día 22 descubrieron una isla pequeña, la de Sorol y el 23 otra isla pequeña como la anterior y que es una de las más meridionales del grupo Ngulu ó Maloelap.
Tras deambular un mes por las Carolinas para perder contacto con la flota de Legazpi, el San Lucas puso rumbo a las Islas de Poniente (Filipinas), llegando a la isla de Mindanao a finales de enero. El 4 de marzo abandonaron Mindanao y regresaron al punto de partida en Barra de Navidad, en Nueva España, el 9 de agosto de 1565 por la misma ruta que pocas semanas después recorrería Andrés de Urdaneta, adelantándose a este en ser el primero en conseguirlo. A su llegada a Nueva España, Alonso de Arellano, el capitán del San Lucas manifestó a las autoridades que el resto de la flota se había perdido. Sin duda este es un caso único en la historia de la navegación española y no por el grave hecho de la deserción disfrazada de despiste, sino por el descaro que mostró Arellano para marcarse el punto a su favor de ser el primero en conseguir navegar desde Asia a América. Sin duda que la idea que el camino de Asia a América no era por el camino recto, sino navegando hacia el norte para luego descender por Norteamérica hasta Nueva España, era desde tiempo atrás conocida, pues ya la nao Trinidad de la expedición de la primera vuelta al mundo en 1521, había sido la primera en intentarlo pero en 44 años otras expediciones no habían encontrado la latitud ni la época del año propicia para encontrar esa corriente de aire que les llevase a América y no de vuelta a Asia como ocurría hasta entonces. Es por eso razonable deducir que en algún momento de la expedición inicial de la que formaba parte Arellano y su nave la San Lucas, Andrés de Urdaneta, Legazpi ó ambos, debieron comunicar al resto de los capitanes de la flota las coordenadas exactas para tranquilizar a todos que tendrían asegurado el regreso, a diferencia de las expediciones anteriores que habían fracasado y en las que acabaron muertos de hambre, enfermedad o presos de los portugueses.
Hemos hecho de nuevo un largo inciso en la descripción del descubrimiento de las Carolinas pero así lo hemos considerado como muestra del gran trabajo y la dificultad que suponía el saber navegar de un punto a otro, la importancia del conocimiento de las corrientes marinas y de aire, el esfuerzo económico y sobre todo humano que hicieron los navegantes españoles, pues para navegar de un punto a otro no es suficiente con embarcarse y dejarse llevar. Hecha esta puntualización, continuamos con el descubrimiento de las Carolinas, porque todavía hay más.
Para informar a Legazpi de la exitosa llegada de Andrés de Urdaneta a bordo de la nao San Pedro a las costas de Nueva España por la nueva ruta descubierta, salió de Acapulco el 1 de mayo de 1566 la nao San Gerónimo al mando de Pedro Sánchez Pericón que llevaba como piloto al traidor Lope Martín (el piloto de Arellano en la San Lucas). Temiendo éste de presentarse ante Legazpi que sabía que no había sido un despiste, sino que había desertado aposta, conspiró con los marineros un motín y mataron al capitán Pericón un mes después de zarpar, cuando ya se encontraban lo suficientemente lejos de las costa de Nueva España. Después de otros excesos y sin vuelta atrás por la traición realizada que suponía la pena de muerte y ya abandonados a la piratería, se propusieron dirigir la nave hacia las costas de China, lo que no pudieron realizar, porque sobreponiéndose y conscientes de la delicada situación en la que los había puesto Lope Martín, la mayoría de la tripulación, le dejaron abandonado en un grupo de isletas, junto a trece soldados y otros tantos marineros. Este grupo de islas donde quedaron abandonados, es el de Namonuüo pero ya habían tocado tierra anteriormente en los grupos Ifaven y Erikup, pertenecientes al archipiélago de Marshall. Las Erikup fueron visitadas por el navío inglés Nautilus y su capitán se atribuyó su descubrimiento, llamándolas Bishop-junction-Islands.
El 29 de junio visitaron otro grupo de islas que hoy día lleva el nombre de Kawen. Se da la casualidad que el mismo día pero 232 años después, llegaron a allí dos navíos británicos; Scarlovougli y Carlota que las dieron el nombre de islas Calvert, apropiándose el descubrimiento.
El 1 de julio estuvieron en otro grupo del mismo archipiélago y dos días después encontraron otro grupo; Uyilong.
«La noche del 6 de julio de 1566 se vieron cercados de isletas por todas partes y les imponía su proximidad, penetrando luego por un canal formado entre dos islas, y que no tendría un tiro de piedra, en una bahía grande y limpia, cercada de muchas islas pequeñas y arrecifes: estaban en nueve grados y dos tercios, y la isleta más cercana tendría media legua de contorno; era llana y fértil, con palmeras, hallando en ella cuatro casas y pesquerías, pero sin gente, aunque la había en las demás islas»
Vieron diez indios con el cuerpo pintado y el cabello largo; mujeres morenas, bien formadas y graciosas. Eran gente pacífica y presenciaron sus bailes al son del tambor. Tenían buenas casas, herramientas de hueso y concha y se alimentaban de cocos, plátanos y ñames.
A mediados de septiembre y después de haber parado en Guaján (Guam, Islas Marianas), en su ruta a Filipinas se encontraron con un fuerte temporal que les hizo cambiar de rumbo muchas veces, arrastrándoles a un grupo de islas de 70 leguas de extensión y aunque estuvieron un par de días rodeándolas, no pudieron desembarcar; era el archipiélago de Palaos. Finalmente el 1 de octubre avistaron las Filipinas, fondeando el día 15 en la isla de Cebú.
El siguiente encuentro de los navegantes españoles con las Islas Carolinas ocurrió durante el regreso de Alvaro de Mendaña a Nueva España de su descubrimiento de las Islas Salomón. En el diario de navegación figura que el 16 de Setiembre de 1568 avistaron una islas pequeñas,:
«Vióse tierra y fuese á ella; no se surgió por mucho fondo: salió gente en el batel a buscar agua, y vistos los naturales se huyeron. Vióse ir á la vela una cierta embarcación; saltó nuestra gente a tierra, y en ella hallaron un escoplo hecho de un clavo, y un gallo y muchos pedazos de cuerda y muchas palmas agujereadas, señal que el agua que los naturales beben es la que cogen allí, y que hacen otras bebidas de unas ciertas piñas que se vieron, con que se volvieron sin agua.
Estas tierras son dos islas de quince leguas con dos andanadas de arrecifes y canales, y a su remate otras dos isletas; su altura ocho grados y dos tercios: navégase al Norte y por las faltas de pan y agua, se iba padeciendo mucho y muriendo alguna gente.»
Por la descripción y haber encontrado en una de ellas pedazos de cuerda, un gallo y un escoplo (herramienta para tallar madera), son las del grupo Namonuito, donde quedaron abandonados el piloto Lope Martín con los trece soldados y los trece marineros. A estas islas las pusieron el nombre de Los Bajos de San Bartolomé, el actual atolón de Maloelap.
La segunda expedición de Alvaro de Mendaña rumbo a la Tierra Austral también pasó por las Carolinas. Zarpó el 9 de abril de 1595 desde el puerto del Callao (Perú), llevando por piloto mayor al reputado Pedro Fernández Quirós. Después de buscar infructuosamente las Islas Salomón y morir Mendaña, tomó la dirección del viaje Pedro Fernández de Quirós, bajo el mando de la viuda de Mendaña, Doña Isabel de Barreto, nombrada Adelantada en sustitución de su esposo y que se convirtió en la primera mujer de la historia al frente de una flota. Navegando hacia las Filipinas llegaron el 24 de diciembre a una isla que examinando detenidamente el derrotero, se comprueba que pertenece al grupo de Boneybe.
«Esta isleta tiene de elevación de Polo Ártico seis grados largos. Es casi redonda: bojea treinta leguas, no es muy alta en demasía: tiene mucha arboleda y por sus laderas muchas rosas y sementeras. A tres leguas parte del Oeste tiene cuatro islas rasas y otras muchas junto á sí, y todas cercadas de arrecife. Pareció ser más limpia por la parte Sur.»
«De la isla salieron indios en sus embarcaciones de velas y sin ellas: por no poder pasar el arrecife saltaron en él, y desde allí llamaban con las manos. A la tarde, por el remate de los bajos, vino un solo indio en una pequeña canoa. Púsose á barlovento y lejos, y por eso no se pudo divisar si tenía barbas, por ser aquel paraje de las islas de los Barbudos. Pareció ser hombre de buen cuerpo, desnudo: traía los cabellos largos y sueltos; apuntaba de hacia donde había venido, y partiendo cosa blanca con las manos, lo comía, y empinaba cocos como que bebía. Fue llamado y no quiso venir.»
Este grupo pasa como descubierto por el navegante ruso Lütke en 1828 pero 200 años antes la isla fue descubierta por el piloto español Quirós, corroborando esta idea el haberse encontrado monedas antiguas españolas, un crucifijo y otros objetos.
El mismo Pedro Fernández de Quirós, en una expedición mandada personalmente por él, tras haber dejado las demás naves en la Isla del Espíritu Santo para regresar a Nueva España, avistó el día 8 de Julio de 1608 una isla que llamó Isla del Buen Viaje. Es la más septentrional del Archipiélago de Gilbert, conocida con el nombre de Makin.
En 1686 el piloto español Francisco Lezcano descubrió una isla, que llamó Carolina, en honor del monarca Carlos II pero no se ha podido averiguar que isla es ni qué parte del archipiélago corresponde, ni la importancia que tuvo el descubrimiento. Únicamente se sabe que a consecuencia de esto se empezó a llamar Carolinas a todo el vasto archipiélago.
A partir de entonces, las únicas expediciones españolas que llegaron a las Carolinas fueron las de los religiosos españoles, quienes empeñados en evangelizar a los indígenas y a integrarlos en la civilización cristiana, sufrieron penalidades y martirios en su empeño de enseñar a los indígenas a leer, escribir, cultivar, criar ganado, construir viviendas con ladrillo y mil cosas más a cambio de nada.
Las Islas Carolinas no aportaron ninguna riqueza material a España, más bien al contrario. Alejadas de la ruta del Galeón de Manila que durante 300 años unió Asia, América, España y por ende Europa, aquellas pequeñas islas tuvieron que ser protegidas de piratas ingleses, franceses y holandeses cuando comenzaron a navegar por sus aguas, siglo y medio después de que lo hiciera España. En el siglo XIX aparecieron traficantes de drogas y armas estadounidenses y otros conflictos con otra emergente potencia europea; Alemania, a la que finalmente, tras la derrota española en la guerra contra EEUU de 1898 fueron vendidas a aquél país por 25 millones de pesetas.
Pero aunque en la actualidad la mayoría de los habitantes de las Islas Carolinas no sepan ó no quieran saberlo, aportaron una enorme riqueza a España; la del conocimiento. Con rudimentarios medios y enormes sacrificios, España supo distinguir y situar en el planeta una laberíntica infinidad de islas, islotes y atolones, habitadas por unas gentes que a su vez desconocían la existencia de otras civilizaciones. Las Carolinas forman parte de la historia de España, cuando España escribió la historia de La Humanidad.