NAVEGANTES Y EXPLORADORES

SEBASTIÁN VIZCAÍNO

Sebastián Vizcaíno fue uno de los exploradores más polifacéticos y determinantes en el Océano Pacífico durante los siglos XVI y XVII. Comerciante, militar, diplomático y, por encima de todo, navegante, su vida personifica la necesidad de España por consolidar sus rutas comerciales y cartografiar los confines de un imperio donde no se ponía el sol.

Su lugar exacto de nacimiento, lo disputan El Puerto de Santa María (Cádiz) y Huelva, alrededor de 1548. Poco se sabe de su infancia, pero es evidente que recibió una educación lo suficientemente sólida como para manejarse en los negocios y la administración.

Su carrera comenzó en las armas. En 1580, participó en la campaña militar de Portugal bajo el mando del Duque de Alba, cuando Felipe II reclamó el trono luso. Esta experiencia le otorgó el estatus de soldado veterano, algo que le serviría años después para reclamar mercedes y privilegios ante la Corona. En 1583, atraído por las oportunidades de las Indias, se embarcó hacia la Nueva España (actual México).

Vizcaíno no tardó en involucrarse en el lucrativo comercio con Asia. Se trasladó a las Filipinas, donde se convirtió en uno de los principales mercaderes de la ruta del Galeón de Manila. Durante estos años, acumuló una pequeña fortuna comerciando con sedas, especias y porcelanas.

Su vida dio un giro dramático en 1587. Mientras regresaba hacia Nueva España a bordo del galeón Santa Ana, el navío fue atacado por el corsario inglés Thomas Cavendish frente a las costas de Baja California. El barco fue saqueado e incendiado, y los supervivientes fueron abandonados en la costa. Vizcaíno fue uno de los que logró organizar la supervivencia del grupo y reconstruir una pequeña embarcación para llegar a tierra firme. Este traumático evento sembró en él la obsesión por encontrar puertos seguros en la costa de California para proteger los galeones de los piratas y las tormentas.

Tras el desastre del Santa Ana, Vizcaíno regresó a la Ciudad de México con una idea clara: la colonización de las tierras al norte. En 1593, obtuvo una concesión del virrey Luis de Velasco para la explotación de perlas en el Golfo de California, entonces conocido como el Mar de Cortés.

En 1596, partió con tres barcos y una misión ambiciosa. Fundó un asentamiento en el lugar que hoy conocemos como La Paz (Baja California). Sin embargo, la expedición fue un fracaso logístico. La escasez de alimentos y un incendio que destruyó gran parte del campamento obligaron a Vizcaíno a abandonar la empresa. A pesar de la derrota, sus informes técnicos y su perseverancia convencieron al nuevo virrey, de que era necesario un nuevo intento, pero esta vez con un enfoque puramente exploratorio y cartográfico.

Esta es, sin duda, la etapa más célebre de su vida. Felipe III ordenó que se cartografiara con precisión la costa de la Alta California para facilitar el viaje de vuelta de los Galeones de Manila (el «tornaviaje»).

Vizcaíno partió de Acapulco el 5 de mayo de 1602 con tres navíos: el San Diego (capitana), el Santo Tomás y el Tres Reyes. Llevaba consigo a expertos cosmógrafos y frailes carmelitas. Su misión no era fundar ciudades, sino encontrar un puerto de refugio y poner nombre a los accidentes geográficos.

A medida que avanzaba hacia el norte, Vizcaíno fue ignorando los nombres que su antecesor en aquellos lares, Juan Rodríguez Cabrillo, había puesto 60 años antes, sustituyéndolos por nombres que perduran hasta hoy:

San Diego: Nombrado así en honor a San Diego de Alcalá (y su propio barco).

Santa Catalina: Al avistar la isla el día de la festividad de la santa.

Monterey: Llamado así en honor al Virrey de Nueva España, el Conde de Monterrey. Vizcaíno describió la bahía de Monterey de forma tan entusiasta (llamándola «el mejor puerto imaginable») que causaría confusión a futuros exploradores como Gaspar de Portolá, quienes no la reconocerían al principio por la exageración de Vizcaíno.

La descripción de Vizcaíno: Afirmó que era un puerto «seguro, abrigado de todos los vientos» y capaz de albergar a toda la flota de la Corona. Lo pintó como un paraíso rodeado de infinitos bosques de pinos para mástiles.

La realidad geográfica: Monterey es, en realidad, una bahía muy amplia y abierta. Aunque ofrece protección en su extremo sur, no es en absoluto un puerto cerrado o un «abrigo total» comparado con puertos naturales como San Diego o, más tarde, San Francisco.

El caso de la «desaparición» de la Bahía de Monterey es uno de los episodios más curiosos y frustrantes de la historia de la exploración española. Durante más de 160 años, Monterey existió en los mapas y en la imaginación de los virreyes como el «puerto perfecto», pero cuando finalmente se intentó ocupar por tierra en 1769, nadie pudo encontrarlo.

La Bahía de Monterey no estaba «perdida» geográficamente; estaba perdida en la traducción entre la necesidad de Vizcaíno de impresionar y la necesidad de los exploradores posteriores de encontrar un refugio logístico real.

Bahía de Monterey

La expedición de Vizcaíno alcanzó el Cabo Mendocino e incluso llegó más al norte, hasta el Cabo Blanco (actual Oregón). El viaje de regreso fue un infierno de escorbuto y tormentas. La mayoría de la tripulación enfermó, y muchos murieron. Sin embargo, los mapas producidos por Vizcaíno eran tan precisos que se utilizaron como referencia oficial hasta finales del siglo XVIII.

Sebastián Vizcaíno no fue el primer europeo en ver California, pero fue quien la definió para la posteridad. Sus mapas de la costa del Pacífico fueron la base de la navegación española durante 150 años. Fue el responsable de lugares icónicos como San Diego, Santa Bárbara y Monterey.

Tras unos años de relativa calma en los que ejerció como alcalde mayor en diversas zonas de Nueva España, Vizcaíno recibió un encargo inusual: ser Embajador de España ante el Shogun de Japón.

Los objetivos eran tres:

1. Agradecer a los japoneses por haber rescatado y tratado a los náufragos del galeón San Francisco, que se había hundido en 1609 cerca de la costa de Japón.

2. Buscar las legendarias islas «Rica de Oro» y «Rica de Plata». Es el capítulo más pintoresco y, a la vez, más decepcionante de su carrera. La creencia en estas islas no fue una invención de Vizcaíno, sino una leyenda persistente en los mapas dudosos de marineros portugueses y en la interpretación errónea de testimonios japoneses. Se creía que estas islas se encontraban en algún lugar al este de Japón (en el Pacífico occidental), en la ruta hacia América.

España necesitaba encontrar islas que pudieran servir como escalas intermedias para el Galeón de Manila en la travesía a Acapulco. La promesa de oro y plata era solo un incentivo adicional, aunque muy poderoso.

3. Establecer acuerdos comerciales más favorables y permiso para que los misioneros católicos españoles continuaran su labor.

Vizcaíno llegó a Japón en 1611. A diferencia de otros navegantes, su actitud fue orgullosa y poco diplomática. Se negó a seguir ciertos protocolos ante el Shogun , como la de postrarse, aduciendo que un embajador del rey de España solo se arrodillaba ante Dios, lo que generó tensiones. Aun así, obtuvo permiso para explorar las costas de Japón, convirtiéndose en el primer europeo en cartografiar con detalle la costa oriental del archipiélago nipón.

Pasó meses buscando las islas míticas en el Pacífico, pero no encontró nada más que tormentas, vientos adversos y un mar vacío. Las «Islas de Oro y Plata» simplemente no existían. Eran un mito cartográfico o, como mucho, islotes rocosos sin valor que no ofrecían refugio. Su barco resultó gravemente dañado y se vio obligado a regresar a Japón para reparar la nave. Allí, se unió a la famosa embajada de Hasekura Tsunenaga, el samurái enviado a España y Roma.

La Embajada Keichō es uno de los eventos más fascinantes de la historia transpacífica. Fue una misión diplomática japonesa enviada a Europa a principios del siglo XVII, y su encuentro con Sebastián Vizcaíno es el punto donde la historia de Japón, España y México se cruzan de manera inesperada.

El impulsor de esta misión fue Date Masamune, el Daimyō de la región de Sendai. Date Masamune tenía ambiciones políticas y comerciales. Quería establecer una ruta de comercio directo con Nueva España y Roma, pasando por alto a los portugueses y neerlandeses, y de paso, mejorar su prestigio.

Eligió como emisario principal al samurái Hasekura Tsunenaga. Aunque la misión era principalmente comercial y diplomática, también llevaba un fuerte componente religioso, ya que Date Masamune permitió que lo acompañaran misioneros franciscanos encabezados por el Padre Luis Sotelo, quien tenía la esperanza de ganar el apoyo del Papa para la causa cristiana en Japón.

Para la misión, se construyó un galeón de estilo occidental conocido como el San Juan Bautista (Date Maru en Japón). Fue construido en un tiempo récord y demostró la capacidad naval de los japoneses en aquella época. Vizcaíno y los supervivientes de su propia tripulación fueron autorizados a abordar el San Juan Bautista para regresar a Nueva España. Así, el samurái Hasekura Tsunenaga se convirtió en el capitán de un barco que transportaba a dos delegaciones: la suya propia (que iba hacia Europa) y la española, de regreso a casa.

La Embajada Keichō zarpó de la costa de Sendai en octubre de 1613, llevando a bordo a Vizcaíno con sus supervivientes, Hasekura, otros samuráis, mercaderes, marineros japoneses y el Padre Sotelo con sus frailes.

El viaje a través del Pacífico fue exitoso. La delegación llegó a Acapulco (Nueva España) en enero de 1614. Fue un evento de gran asombro. Nunca antes una delegación oficial japonesa había cruzado el Pacífico para llegar a América. Los samuráis causaron una gran sensación en Nueva España.

Cuando llegaron Vizcaíno pudo dar su informe al Virrey de Nueva España sobre su fracaso en la búsqueda de las islas y sobre la creciente hostilidad hacia los cristianos en Japón. Para entonces, Vizcaíno estaba con una salud mermada y una fortuna disminuida.

Ya anciano, Vizcaíno se retiró a sus posesiones en Jalisco. Tenía por entonces alrededor de 67 años y su salud no era la mejor tras su tortuoso viaje a Japón y la fallida búsqueda de las islas míticas. Sin embargo, . En 1615, ante la amenaza del pirata neerlandés Joris van Spilbergen, que pretendía saquear el puerto de Acapulco, el Virrey confió la defensa a Sebastián Vizcaíno.

El puerto de Acapulco no era solo un puerto; era el extremo americano de la ruta del Galeón de Manila. Cada año, recibía el tesoro de Filipinas: toneladas de plata acuñada en México, que se intercambiaban por sedas, porcelanas y especias asiáticas. Era, con diferencia, el objetivo más valioso para cualquier potencia naval hostil o pirata.

Joris van Spilbergen era un corsario holandés que navegaba con una flota de seis barcos bajo órdenes directas de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales. Su misión era atacar los asentamientos españoles en el Pacífico y perturbar el comercio del Galeón de Manila, una estrategia clave en la Guerra de los Ochenta Años entre España y los Países Bajos.

Vizcaíno organizó a los milicianos locales. A pesar de tener casi 70 años, su espíritu de guerrero no se había apagado y lideró la defensa y logró repeler a los atacantes, salvando los tesoros que el Galeón de Manila acababa de descargar.

Acapulco no estaba fuertemente fortificado en 1615 (el famoso Fuerte de San Diego se construiría después). Vizcaíno tuvo que recurrir a la improvisación y el liderazgo. Organizó y entrenó a las milicias locales, que estaban compuestas principalmente por civiles, mercaderes y algunos soldados retirados. Se centró en la guerra terrestre y la protección de los almacenes de tesoros.

La flota holandesa ancló frente a Acapulco a finales de 1615. Spilbergen, confiado en su superioridad naval, esperaba encontrar una resistencia mínima y saquear las riquezas. Los holandeses intentaron desembarcar varias veces, pero se encontraron con una resistencia sorprendentemente bien organizada.

Vizcaíno demostró su astucia al posicionar estratégicamente a sus hombres. Utilizó el terreno (colinas y vegetación) para realizar emboscadas y escaramuzas, evitando una batalla frontal que habrían perdido.

La mera presencia de una fuerza defensiva organizada, hizo dudar a Spilbergen. Tras unos días de enfrentamientos y tanteos, los holandeses concluyeron que el esfuerzo por tomar el puerto no valía el riesgo. Spilbergen optó por retirarse. La defensa de Vizcaíno había sido exitosa: el puerto y el tesoro quedaron intactos.

La defensa de Acapulco en 1615 es un notable ejemplo de cómo Sebastián Vizcaíno recuperó su espíritu militar para proteger el corazón económico de Nueva España. Vizcaíno, ya en sus últimos años y con la salud mermada. Su acción le valió el reconocimiento de la Corona, que lo mantuvo con honores y lealtad hasta su muerte.

El ataque de Spilbergen sirvió como una llamada de atención para el Virreinato. El suceso aceleró la necesidad de fortificar el puerto. Poco después, se iniciaría la construcción del Fuerte de San Diego, que convertiría a Acapulco en una fortaleza inexpugnable.

Vizcaíno, el mismo hombre que cartografió California, que sufrió el ataque y posterior naufragio con Cavendish y que fracasó en la diplomacia japonesa, se despidió de la vida pública como un héroe de guerra, defendiendo el comercio español en el Pacífico.

Sebastián Vizcaíno falleció en Ciudad de México dos años después del ataque, en 1627.

Hoy en día, una bahía en California lleva su nombre y una importante reserva natural se llama «El Vizcaíno», en homenaje a sus exploraciones por California.

Aunque a menudo se le critica por su carácter difícil y su tendencia a exagerar las bondades de los puertos que descubría, nadie puede negar su tenacidad. Un servidor público que dedicó su vida a la expansión, la defensa y la cartografía del Imperio Español. Fue el hombre que unió, a través de sus rutas y naufragios, los tres vértices del imperio: la Península Ibérica, América y Asia.

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