HISPANOAMÉRICA

LA FUNDACIÓN DE BOGOTÁ

Gonzalo Jiménez de Quesada
Por ser licenciado en Leyes y soltero empedernido, Gonzalo Jiménez de Quesada es el más atípico de los conquistadores españoles. Nacido posiblemente en Córdoba en el año 1506, era hijo de un notable hombre de leyes a quien quiso seguir sus pasos y por ello fue enviado a la Universidad de Salamanca, donde se licenció. Al finalizar la carrera ejerció como abogado en Granada durante dos años y motivado por las noticias de la conquista del Perú por Pizarro, en 1535 embarca en Sanlúcar de Barrameda rumbo al nuevo continente con el cargo de teniente de Gobernador para impartir la justicia. Durante la travesía, y debido a que el hijo del gobernador había abandonado a su padre, se le comunicó que en cuanto llegaran al destino, iba a ser el encargado de capitanear una expedición a la cabecera del rio Magdalena.
El 5 de abril de 1535 desembarcó en Santa Marta con una fuerza de casi 800 hombres hacia el río Grande de la Magdalena. Durante las primeras cuarenta leguas cruzaron un territorio yermo de arbustos bajos, suelo arenoso e inundaciones periódicas que dejan charcas donde proliferan los mosquitos. Durante este trayecto sufrieron el ataque de los belicosos indios chimila, armados con flechas envenenadas

El veneno fluye por las venas y alcanza el corazón en 24 horas, donde el veneno actúa con más fuerza. Produce temblor y convulsiones del cuerpo y la pérdida de la razón que hace que los hombres digan cosas temerarias y terribles, de dudosa fe para hombres agonizantes. Finalmente mueren en un estado tan desesperado que los vivos, a menudo, son propensos a matarlos antes de que mueran en tal estado

El río Magdalena
Una vez que atravesaron el territorio de los chimila, atravesaron un desierto de matorral bajo y seco. Tras doce días de marcha se encontraron con un pequeño poblado indio donde gracias a sus pobladores pudieron reponer fuerzas. Tres días después llegaron a Tamalameque, el poblado más importante de los pacabuey que ofrecieron una dura resistencia al paso de la expedición por su territorio. Aquella fue la primera batalla encarnizada pero finalmente derrotaron a los pacabuey.
En Sompallón debía reunirse con una flotilla de tres bergantines y aunque en un principio no encontró a dicha flotilla, decidió continuar la marcha rio arriba hasta que finalmente fueron alcanzados por los bergantines con gran júbilo. Para entonces habían fallecido 100 hombres. En octubre, la expedición había recorrido 900 kilómetros y debido a las intensas lluvias, el río bajaba desbordado y era imposible seguir la navegación, así que decidió establecer un campamento para pasar allí el invierno y continuar después con la expedición, ya que tenía…

… esperanzas por lengua de indios que muy adelante el río arriba había grandes riquezas y grandes provincias y señores de ellas

No había caminos; los indios del lugar se desplazaban solo en canoas y todavía hoy en día esa ruta es poco segura y traicionera, con barro pesado en época de lluvias. Trataron de mantenerse cerca del desbordado río, tenían que abrir camino con hachas y machetes, muchas veces entre una densa maleza y en tierras pantanosas. Cada afluente representaba una dificultad a superar mediante puentes o balsas. Algunos hombres fueron devorados por caimanes al cruzar con el agua hasta el pecho. También los jaguares atacaron a varios hombres y para colmo, serpientes, mosquitos, garrapatas, sanguijuelas y otros insectos horribles. Incluso sufrieron los estragos de un gusano llamado barros, que entra en la piel y crece sin notarse, hasta que alcanza un tamaño considerable. Morían algunos y otros muchos enfermaban cada día y no era posible aliviarles, sin camas y con lluvias continuas.

Aquellos pecadores y soldados padecieron de muchas maneras, en el agua y en la tierra: por las luchas, por las enfermedades, por el hambre, por la humedad…

Finalmente pudieron salir de ese calvario en dirección a un terreno más elevado, donde llegaron a un poblado abandonado de 30 grandes cabañas al que llamaron Los Cuatro Brazos porque en sus alrededores hay cuatro afluentes. Hoy en día se llama Barrancabermeja. Jiménez de Quesada estaba dispuesto a llegar hasta las fuentes del río Magdalena y desde allí hasta la costa del Pacifico o hasta Quito, pero cuando envió unas balsas para explorar el río arriba, le informaron que a poco de allí el río no era navegable, se estrechaba y fluía con más rapidez.

Las aguas, entonces, se abren camino hacia abajo con tal fuerza que ya no pudimos continuar hacia adelante

Pero en una de las pequeñas expediciones que envió para la exploración de un afluente que los indios llamaban Opón, dos de sus capitanes le informaron que a 25 leguas de allí los indios comerciaban con una sal que no era de origen marino. Jiménez de Quesada comprendió que sí aquellos indios comerciaban con sal terrestre debía haber alguna civilización más avanzada y llegó a la conclusión que seguir la ruta de la sal podría llevarle hasta el oro,

Decían los indios que los mercaderes que les venían a vender aquella sal, decían que a donde aquella sal se hacía había grandes riquezas y era grande tierra, la cual era de un poderosísimo señor, de quien contaban grandes excelencias

Decidió olvidarse temporalmente del río Magdalena y adentrarse en aquellas tierras de las cuales provenía la sal, acompañado de 60 hombres sanos y dejar al resto de la expedición allí a la espera de su regreso. Fue otra horrible experiencia. Llovía incesantemente en un terreno inundado que los obligaba a dormir por las noches en los árboles y los caballos tenían que dormir con el agua hasta el vientre. La ración de comida por cada hombre al día era 40 gramos de maíz. Una vez llegaron a las tierras de la sal, Quesada montó un campamento y envió a dos hombres, Juan de Céspedes y Antonio de Lebrija al frente de una misión de reconocimiento hacia las abruptas montañas siguiendo senderos indígenas entre densos bosques. Tras 15 leguas de camino se encontraron con algunos indios que llevaban tejidos pintados.

Eran hombres seguros que permanecían imperturbables en sus hamacas pese a la proximidad de los cristianos. Tenían muchos alimentos y se pusieron contentos al ver comer a los cristianos.

Tras otras 15 leguas por un camino tortuoso y empinado encontraron un poblado abandonado con señas de pertenecer a una sociedad más avanzada; había tejidos pintados y oro labrado

Capitanes y tropa trabajaron dos días sin descanso para hacer sandalias de suelas de cuerdas, de hamacas de algodón y de telas que encontraron allí. Unos hicieron las suelas, otros las cubiertas y otros las correas. De este modo remediaron aquella necesidad que no era pequeña

Una vez reabastecidos continuaron la marcha durante otros tres días y pasado ese tiempo desaparecieron los árboles y se encontraron en mesetas llanas y altas. Había caminos en todas direcciones y villas pobladas. Sin duda se encontraban en los límites de una de una gran civilización, de hecho, aquella era la frontera norte de los muisca. Era el 9 de marzo de 1537 y llamaron a aquel valle La Grita por los gritos que daban los indios. Aquí recogieron las primeras muestras de oro, aunque en cantidad insignificante. Volvieron sobre sus pasos para volver al campamento donde había quedado Jiménez de Quesada para informarle de lo visto y cuando se reunieron con él, este decidió volver al poblado de Los Cuatro Brazos (Barrancabermeja), donde había quedado el resto de la expedición junto a los bergantines. Y no pudieron llegar en mejor momento; cuando llegaron el campamento y los bergantines estaban siendo atacados por una flotilla de varios cientos de canoas indígenas y a punto estuvo de ahogarse el propio Quesada cuando una bala de cañón disparada por uno de los bergantines, que erró el disparo a una canoa indígena, le hizo caer al agua a él y a los otros hombres que iban en la misma canoa. Rechazado el ataque de los indios, ambos grupos celebraron el reencuentro. Para entonces, habían muerto de enfermedades y luchas casi 400 hombres.
Pasado el tiempo y recuperado Jiménez de Quesada de una desconocida enfermedad que a punto estuvo de llevarle al otro barrio, dejó encargado de los barcos a un oficial llamado Gallegos junto a 25 hombres sanos y otros 35 enfermos. Le dio instrucciones para esperar allí durante ocho meses, sí pasado ese tiempo no habían regresado, deberían volver a Santa Marta, punto de partida de la expedición. Antes de que transcurrieran los ochos meses, las bajas, el ataque contante de los indios y la falta de comida, les hizo volver a Santa Marta, en un retorno que sería digno de contar, pero no es el momento.
Poblado muisca
Jiménez de Quesada partió con 170 hombres, de ellos 30 a caballo y 70 caballos. Sesenta de los hombres estaban heridos y necesitaban moverse con muletas. Con este pequeño “ejército” de hombres maltrechos, demacrados, enfermos y semidesnudos, se pusieron en marcha para conquistar el reino de los muisca. Casualmente, era el mismo número de hombres con los que Pizarro había conquistado Perú.
Tras abandonar entre pantanos y ciénagas el Valle del río Magdalena, llegaron a las faldas de los Andes. Comenzaron un ascenso interminable, escalando las abruptas laderas densamente arboladas de los montes Atún. Era muy difícil llevar a los caballos, tenían que hacer caminos para los animales y en algunos lugares tenían que construir plataformas de ramas para salvar los desniveles. Murieron 20 hombres y un caballo durante el ascenso, pero cuando salvaron las montañas, se encontraron con los valles del altiplano, llenos de poblados y fértiles tierras de labranza. A su derecha se veía una cadena montañosa de picos nevados que contrastaban con el azul del cielo; entonces se arrodillaron y dieron gracias a Dios. Estaban en el Valle de La Grita, como lo habían llamado los hombres de la anterior expedición, un lugar que hoy recibe el nombre de Aguamiel, cerca de la ciudad actual de Vélez.
Tras cuatro días de marcha, Jiménez de Quesada envió a unos jinetes por delante para reconocer la región e informaron que había ciudades cada vez más grandes, en una de ellas habían contado 200 casas. El grueso de la expedición avanzó vadeando el río Saravita al que llamaron río Suárez por un capitán del mismo nombre que allí perdió su caballo. Llegaron a un poblado abandonado, pero estaba lleno de alimentos e incluso con un venado recién muerto a modo de ofrenda, y es que, aunque los muisca (ó chibcha) no tenían escritura y no hay ninguna crónica escrita de cómo fue la llegada de los españoles a su territorio, según el cronista Fernández de Oviedo:

Los indios se decían unos a otros que nuestros hombres debían ser hijos del Sol y de la Luna y que fueron enviados para castigar sus defectos y pecados. Comenzaron a llamar a los cristianos usachíes, que significa sol-luna… entrando por los primeros pueblos los desamparaban y se subían a las sierras que estaban cerca y desde allí les arrojaban sus hijos pues hasta algunas madres se los quitaban de las tetas para que comiesen, pensando que con aquello aplacaban la ira

Y es que los muisca creían que los españoles eran dioses y que, al igual que ellos, comían carne humana. En una ocasión que llegaron a una gran ciudad vacía de más de 2.000 viviendas, se encontraron con tan solo un anciano, de quien entendieron que lo habían dejado allí como sacrifico humano para contentar a los dioses. Cuando los españoles le invitaron a que marchara con su gente y el anciano regresó junto al resto de la tribu, interpretaron que lo habían rechazado por tratarse de carne vieja, por lo que enviaron a unos niños para ver sí de esta manera se saciaba el hambre de sus dioses. Los españoles volvieron a insistir mediante señas que esos no eran los regalos que querían, por lo que los indios les enviaron esmeraldas y los españoles les dejaron bien claro que estos si eran los regalos que querían.
El contacto con los muisca estaba siendo pacífico y Jiménez de Quesada quería que siguiese siendo así. En una ocasión sorprendió a un soldado llamado Juan Gordo robando a un indio y con la intención de evitar conflicto con los indios y dar un castigo ejemplar a la tropa, dio orden de ahorcarlo. La sentencia se llevó a cabo a pesar de la petición de clemencia por parte de los oficiales y de los sacerdotes que acompañaban la expedición. Pero la paz entre ambas culturas no iba a durar mucho tiempo más. El cacique de Suesca, avisó a su jefe el Zipa (título del rey de los caciques locales), un tal Bogotá, de la presencia de los extranjeros. El Zipa Bogotá tenía en esos momentos preparado a un numeroso ejército para atacar a su habitual enemigo, el Zaque de Tunja, y decidió lanzarlo contra los españoles. Pero antes debían consultar a sus dioses si tendrían buena suerte en la guerra. Para ello sacrificaban a un recién nacido y al amanecer le abrían el pecho y sacaban el corazón; sí el corazón palpitaba era señal que vencerían. Los muisca, por suerte para los españoles, no utilizaban las temidas flechas envenenadas que, si utilizaban los indios de la selva, y su armamento se limitaba a mazas y lanzas de madera, y un escudo.  Los muisca , unos 500 o 600 guerreros, atacaron la retaguardia de la columna española cuando estos estaban llegando al pueblo de Nemocón, llevando en la primera línea de combate los cuerpos momificados del Bogotá anterior y de otros caudillos pero cometieron el error de atacar en una llanura, un lugar perfecto para que los españoles hicieran uso de sus caballos, que tanto esfuerzo y dedicación habían empleado los meses anteriores para llevarlos hasta allí, sabedores de la gran ventaja que suponía disponer de los equinos en caso de batalla contra los indios. Aunque en un primer momento cogieron desprevenidos a los españoles, estos pudieron desplegar rápidamente a la caballería que arremetió contra los indios, causándoles gran número de bajas, comenzando la huida en desbandada de los indios que fueron perseguidos durante un gran trecho. El Zipa Bogotá observaba la batalla a distancia prudencial y tuvo que ser evacuado de la zona por sus sirvientes que lo sacaron de allí en litera de mano y lo llevaron a refugiarse en los pantanos del río Hunza. El grueso de los guerreros huyo hasta refugiarse en una fortaleza de madera defendida por un laberinto de murallas de tierra y una valla de maderas verticales, cañas entrecruzadas y gruesas lonas de algodón, que alcanzaba una altura de cinco metros y una longitud de dos kilómetros. Cuando los españoles se acercaron a esta fortaleza, un guerrero muy fuerte salió para retar a los españoles a un combate individual pero un jinete español fue galopando hacía él y cogiendo por la melena lo arrastro unos metros. La humillación surgió efecto y al caer la noche los indios abandonaron sigilosamente la fortaleza. Dos días después de esa batalla, el 22 de marzo de 1537, los españoles entraban victoriosos en el Valle de Bogotá.
Las esmeraldas de Colombia son las de mayor calidad
Se exploraron valles, mantuvieron muchos combates contra miles de guerreros, aprendieron costumbres de los muisca y saquearon varias ciudades. El propio Zipa escapó a las montañas con su tesoro y desde allí organizaba ataques contra los españoles, que rechazaban una y otra vez dichos ataques. En una ocasión, durante un ataque nocturno, los indios llegaron a incendiar el campamento español. El Zipa de Bogotá tenía como vasallos a varios caciques semiindependientes, y su principal enemigo era el Zaque de Tunja, algo que la expedición de Jiménez de Quesada desconocía y que, de haberlo sabido, hubiera acelerado y facilitado la conquista. El Zipa Bogotá, consciente de ese desconocimiento que tenían los españoles, ideó un plan que le permitiría sacar a los españoles de su territorio y lanzarlos contra su eterno enemigo, el Zaque de Tunja. A mediados de mayo envió varios emisarios cargados de oro para los españoles y que decían venir de una rica tierra al norte (Tunja). Jiménez de Quesada picó el anzuelo y puso camino a aquella ciudad. La expedición atravesó las montañas áridas que forman la divisoria entre las cuencas del río Magdalena y del Meta-Orinoco. Acamparon en Turmequé, donde fueron adorados como dioses y en vez de continuar hasta Tunja, Jiménez de Quesada envió una expedición para investigar los rumores de unas minas cercanas de esmeraldas, rumor que se confirmó. Observaron fascinados como los indios levantaban las esmeraldas sueltas con unos palos y las lavaban mediante un sistema de canales de agua. Eran las minas de Somondoco y solo algunos indios tenían derecho a ver las minas y trabajarlas. Los hechiceros, inspirados por alucinógenos, localizaban las vetas más ricas.
Los muisca eran excelentes orfebres del oro
Cuando el Zaque de Tunja tuvo noticias de la cercanía de extranjeros camino de su ciudad, trató de organizar un gran ejército, pero la rapidez del avance español le cogió por sorpresa, así que decidió enviar una embajada de ancianos con regalos e invitaron a los españoles a acampar en un poblado cercano. Aceptaron la invitación, pero sospechaban que se trataba de una estratagema del Zaque para ganar tiempo, así que, al caer la noche, avanzaron hacia el palacio del Zaque, asombrados por la gran cantidad de guerreros que había en las calles. Por ello, decidieron atacar en una sola columna central, sin flancos, y arremetieron contra los guerreros indios. Al llegar a la puerta del palacio, Jiménez de Quesada entró acompañado de 10 arcabuceros y ballesteros para entrevistarse con el zaque de Tunja. El palacio era amplio, aparte la entrada principal había muchas puertas, por las que estaban entrando muchos indios, tantos que el general ordenó a sus hombres que no permitieran entrar más. de este modo entró con seis hombres más donde estaba el zaque de Tunja y allí estuvieron hablando un buen rato hasta que el Zaque invitó a dormir en un aposento a Quesada. En la madrugada, los soldados españoles que estaban de guardia despertaron a Quesada avisándole que la ciudad estaba revuelta y parecía organizarse un ataque contra los españoles, y a partir de aquí, se desató el caos. Tomadas las armas se apresó al Zaque y se saqueó el palacio y la ciudad en busca de oro. Reunieron casi 700 kilos de oro y 280 esmeraldas.
Días después, alguien les habló del tesoro del cacique de Sogasomoso, una ciudad que estaba a cinco días de marcha. Quesada reunió 20 jinetes y 30 soldados y avanzaron a marcha forzada hacia la ciudad. Durante todo el camino fueron atacados por los guerreros de un caudillo llamado Tundama, intentando retrasar todo lo posible la llegada de los conquistadores a la ciudad para dar tiempo a evacuar los tesoros de la ciudad, la cual era una ciudad sagrada, la Roma de los muiscas. Aunque lograron salvar gran parte de los tesoros, al caer la noche llegaron los hombres de Quesada a la ciudad. Dos soldados españoles fueron los primeros en ver el Templo del Sol y a la luz de sus antorchas vieron enormes platos de oro que recubrían las columnas de madera y momias de antiguos caciques recubiertas de oro. Los dos soldados, decidieron por cuenta propia comenzar el saqueo del templo y al dejar las antorchas sobre el suelo de esparto, el templo comenzó a arder. El fuego se extendió rápidamente y el templo estuvo ardiendo durante cinco días.
Templo del Sol
Tras haber acabado con quien podía haber sido un aliado contra el Zipa de Bogotá por su enemistad, Jiménez de Quesada decidió volver al valle de Bogotá con la intención de capturar al Zipa y acabar con la resistencia. Tomó un grupo rápido de jinetes, pero los muisca tenían un medio de comunicación mediante señales de humo para avisar ante cualquier peligro y en un principio no pudieron dar con el paradero del cacique. Días más tarde supieron por boca de otros indios del lugar donde estaba su refugio, en una montaña y decidieron intentar capturarlo en una operación nocturna. Subieron por una empalizada para llegar hasta la colina donde estaba el refugio y hubo un combate. Al día siguiente encontraron muerto al Zipa, que había luchado la noche anterior sin que los españoles supieran de su presencia en el combate.
La muerte de su rey no desanimó a los indios a seguir la lucha pese a que ya todo estaba en su contra y eligieron a un tal Sagipa como nuevo Zipa. Poco a poco los españoles fueron descubriendo el entramado de alianzas y enemistades entre los distintos clanes y Jiménez de Quesada organizó una reunión entre todos aquellos caciques que tenían cuentas pendientes con el nuevo Zipa y que estaban dispuestos a unirse a los españoles para acabar con su tiranía.  Para sorpresa de todos, Sagipa apareció un día pidiendo negociar y colaborar con los españoles a cambio de que estos le ayudaran a deshacerse de los panches, una tribu enemiga que vivía en el bosque. Se accedió a este acuerdo y se organizó un ataque conjunto contra los panches que acabó en victoria, pero con una elevada cantidad de bajas entre los españoles, debido al buen guerrear de los panches y especialmente por sus flechas y dardos envenenados.
Historia General de las conquistas del Nuevo Reino de Granada
Una vez que los españoles habían cumplido su parte del trato, tocaba a Sagipa cumplir con la suya y decirles donde estaba escondido el tesoro del anterior Zipa. Sagipa dijo entonces que tal tesoro no existía y en caso de existir, no sabía dónde estaba escondido. Jiménez de Quesada decidió entonces un plan que años más tarde le iba a costar la cárcel en España. Decidió hacer un juicio al jefe muisca por rebelión. Nombró a su hermano Hernán Pérez de Quesada abogado defensor, a Gonzalo de Inzá fiscal y el mismo como juez. Acabó sentenciando a Sagipa a una sesión de tortura que consistió en la picota; atarle las manos a la espalda y colgarle de ellas a una viga. Liberado del tormento, alguien propuso que Sagipa se liberara de la misma forma que había hecho cinco años antes Atahualpa al ser capturado por Pizarro en Perú. Sagipa accedió y le dijo a Quesada que le daría una cabaña llena de oro en veinte días, y sí pasados ese tiempo no lo conseguía sería decapitado. Los caciques de la región llevaron poco oro y muchas telas, plumas y otros objetos valorados por los muisca y Sagipa dijo que los consideraba tan valiosos como el oro. Fue condenado a otra sesión de picota y trató de liberarse diciendo que buscaría el tesoro del señor de Bogotá. Junto a un grupo de escolta, los guio hasta la colina donde había muerto el anterior Zipa y les indicó un lugar donde cavar, asegurando que allí estaba enterrado el tesoro, pero no se encontró nada. Los soldados, al sentirse engañados y cansados tras varios días cavando, le torturaron para que les dijese donde estaba el tesoro y al regresar al campamento, estaba tan malherido que falleció. Ante estos hechos, Jiménez de Quesada, que era jurista, era consciente que, aunque no había estado presente, él era el responsable de la muerte y por temor a ser enjuiciado, organizó una investigación para investigar sí el cacique había muerto por la tortura. Los testigos declararon bajo juramento que la tortura no había sido lo suficiente como para causar la muerte. De nada sirvió, cuando Quesada regresó a España fue acusado por este y otros hechos contra los indios, llevado a juicio por frailes y otros juristas, y condenado a cárcel.
Durante los siguientes meses, el proceso de conquista siguió, aunque esta vez ya contaba con el apoyo de algunas tribus. Con el apoyo de 2.000 indios aliados y 100 españoles, Jiménez de Quesada se lanzó al ataque contra la ciudad de Duitama. El cacique Tundama había reunido un poderoso ejército de 10.000 guerreros, de los cuales murieron 4.000 y otros tantos resultaron heridos. Tundama al ver que tenía la batalla perdida, huyó a una zona de pantanos, pero fue capturado vivo y ejecutado por el método del garrote vil. A finales de noviembre de 1537 la resistencia chibcha estaba ya muy mermada, quedando solo algunos bastiones muy aislados y no suponían un peligro importante.
Poco después, corrió el rumor que el oro que los muisca obtenían del comercio, provenía del valle del Neiva, muy al sur y a lo largo de la línea de los Andes. Quizás a estas alturas del relato, el lector esté ya muy cansado de buscar oro, pero no era el caso de Jiménez de Quesada, quien decidió investigar el asunto. Atravesaron los desolados pantanos de Sumapaz, después descendieron por el valle del Magdalena hasta la fértil región del Neiva, donde se suponía que se obtenía el oro, pero apenas encontraron nada y dieron a este valle el nombre de Valle de las Penas. A mediados de febrero de 1538 regresaron al Valle de Bogotá.
En junio de aquel año y en vista que no aparecía la tierra del oro, se decidió que había llegado la hora de fundir todo el oro recaudado y repartirlo con las esmeraldas. Sumaba el botín un peso de casi 700 kilos de oro y casi 400 esmeraldas. Se apartó la cantidad correspondiente para el pago de las deudas comunes de toda la hueste; caballos, barcos, cirujano, armas, munición… Otra cantidad para limosnas destinadas a dos iglesias de Santa Marta y posteriormente se separó el Quinto Real, tanto del oro como de las esmeraldas, como parte correspondiente a la Hacienda de España. El restante, se dividió en las partes correspondientes a cada uno de los 178 supervivientes, dependiendo de su categoría. Este reparto también supuso juicios en España contra Quesada, ya que no lo compartió ni con el gobernador de Santa Marta ni con el propietario de los bergantines ni con los marineros. Jiménez de Quesada tuvo que responder en los tribunales de España por aquel injusto reparto y fue condenado a indemnizar de su bolsillo a cada una de las partes denunciantes.
Finalmente, el 6 de agosto de 1538, 3 años y 4 meses de iniciar la conquista en Santa Marta y tras haber recorrido miles de kilómetros a través de junglas, pantanos y montañas, Jiménez de Quesada fundó la ciudad de Santa Fe de Bogotá que constaba de 12 grandes casas y una iglesia. A las nuevas tierras conquistadas las llamó Nuevo Reino de Granada (hoy Colombia).
Fundación de Santa Fe de Bogotá
La biografía de Jiménez de Quesada da para mucho. A diferencia de Cortés, Pizarro y la mayoría de conquistadores, después de la conquista, Jiménez de Quesada tiene una historia muy extensa y variada que no tiene desperdicio; juicios, cárcel, exilio en Francia y Portugal, acusaciones de adulterio, escribió varios libros… Incluso tuvo tiempo de volver a América años después para iniciar nuevas búsquedas de oro siendo casi un anciano. Ríos de tinta se pueden escribir de Jiménez de Quesada, pero por hoy es suficiente, mejor otro día.

Cuando el campamento se encontraba en el valle de Bogotá, tuvimos noticias sobre una tribu de mujeres que viven solas, sin hombres indios que vivan entre ellas, por lo que las llamamos Amazonas

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