TERCIOS DE FLANDES

LA BATALLA DE SAN QUINTÍN

En 1556 el rey de Francia Enrique II y el Papa Pablo IV acordaron en secreto desalojar a la monarquía hispánica de sus reinos en la península itálica; Milán, Nápoles, Cerdeña y Sicilia. Para llevar a cabo el plan, el primero pondría su ejército y el segundo, además de apoyar con tropas propias, haría la vista gorda, permitiendo el paso del ejército francés por los territorios de los llamados Estados Pontificios; las actuales regiones italianas de Lacio, Las Marcas, Umbría y Emilia-Romaña.

El primer movimiento de los franceses hacía Nápoles fue rechazado por el gran Duque de Alba, que rápido movilizó a los Tercios de Flandes para cortar el avance francés y ya de paso aislar a los Estados Pontificios para que el Papa Pablo IV no estorbase más de la cuenta. El Papa respondió excomulgando al rey de España, Felipe II. Esta era la tercera vez que Francia intentaba invadir Nápoles, habiéndolo intentado en dos ocasiones anteriores, (1494-1498 y 1501-1504), siendo en ambas ocasiones derrotada por las tropas dirigidas por Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran Capitán. Consciente Felipe II que las ambiciones de Francia respecto al Reino de Nápoles parecían infinitas, decidió que era hora de acabar de una vez por todas. Esta vez el desenlace no se iba a jugar en Nápoles y preparó una ofensiva desde Flandes para entrar desde allí a la misma Francia.

Tras resolver la cuestión económica, en abril de 1567, organizó un potente ejército aliado compuesto por alemanes, italianos, flamencos, húngaros, ingleses (la reina María Tudor era la segunda esposa de Felipe II), y por supuesto, 6.000 españoles de los Tercios. Al frente de aquella coalición puso al mando a Manuel Filiberto, Duque de Saboya. Los franceses, informados de la concentración de este ejército en Flandes con destino a Francia, también organizaron un ejército para impedir la que se les acaecía y creyeron que el objetivo del ataque sería la ciudad de Gisa pero estaban siendo víctimas de una trampa muy bien preparada por el ejército de Felipe II, que hizo creer a los franceses que se dirigían a Gisa, cuando en verdad el objetivo era San Quintín, una ciudad amurallada a tan solo 25 kilómetros de París.

Batalla de San Quintín

Aquella maniobra de despiste tuvo sus frutos, pues llegaron a principios de agosto ante San Quintín, que había quedado reducida su guarnición. No obstante, el asedio a San Quintín tenía sus riesgos, pues el ejército de Felipe II quedaba encajonado entre las imponentes murallas de la ciudad, una zona pantanosa y el rio Somme. Por eso era esencial la toma de la ciudad antes de la llegada del ejército francés, que ya se había dado que había sido despistado, y se dirigía a marchas forzadas en auxilio de la ciudad.

El asedio a la ciudad comenzó el 2 de agosto, tomando el arrabal de la ciudad y un intenso bombardeo de la ciudad, antes que llegara el ejército francés, algo que no se pudo conseguir y el 10 de agosto, festividad de San Lorenzo, el ejército francés llegó a los alrededores de San Quintín, disparando su artillería contra la espalda del ejército de Felipe II. Eso era lo más fácil, lo más difícil era cruzar el río Somme con la oposición de los arcabuceros españoles que esperaban su turno en la otra orilla.

Mientras tanto, la caballería consiguió cruzar el río por otro sitio y ocultarse en una colina a la espalda del ejército francés, quedando de esta manera rodeados. La batalla duró muy poco, algo más de una hora. Entre el fuego de los arcabuceros a la primera línea francesa y el ataque de la caballería por la retaguardia, el ejército francés sufrió una escabechina tremenda. Al verse rodeados, los 5.000 mercenarios alemanes se rindieron masa. El ejército francés perdió unos 12 000 hombres, 2.000 fueron heridos y otros 6.000 fueron hechos prisioneros. Entre los prisioneros había casi 1.000 nobles, incluyendo al Duque de Montmorency, el hombre que dirigía al ejército francés. Fueron capturadas más de 50 banderas y toda la artillería.

Monumento en San Quintín en recuerdo de la batalla de 1567

Al enterarse Felipe II de la victoria en San Quintín, decidió celebrar la victoria ordenando la construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, dedicado a San Lorenzo por celebrase ese día su festividad.

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