JUAN RODRÍGUEZ DE VILLAFUERTE
Juan Rodríguez de Villafuerte: La Espada, el Bergantín y la Virgen
La historia de la conquista de México suele centrarse en las figuras de Hernán Cortés o Pedro de Alvarado, dejando en el olvido a capitanes que, sin embargo, jugaron roles estructurales en el colapso del imperio mexica y la posterior configuración de la Nueva España. Uno de estos hombres fue Juan Rodríguez de Villafuerte, un personaje complejo que encarna las múltiples facetas del conquistador: el estratega naval, el devoto religioso, el encomendero polémico y el explorador derrotado. Su vida, que transcurrió entre el estruendo de los cañones de los bergantines y el silencio de los santuarios marianos, ofrece una ventana privilegiada para entender los años de la conquista.
Juan Rodríguez de Villafuerte no fue el conquistador de fama mundial que escribe cartas al Rey, sino el brazo que hacía posible la conquista sobre el terreno. Fue el marino que cerró el cerco sobre los aztecas, el devoto que cargó una virgen bajo la lluvia torrencial de la derrota, y el funcionario que intentó domar la costa del Pacífico. Su legado es dual: material, en la fundación de asentamientos que hoy son ciudades vibrantes; y espiritual, en la implantación de la Virgen de los Remedios, un icono que sobrevivió al imperio que él ayudó a destruir y al virreinato que ayudó a construir.
Nacido a finales del siglo XV en Medellín (Badajoz), Juan Rodríguez de Villafuerte compartía con Hernán Cortés no solo la cuna, sino también una relación de paisanaje que se traduciría en una lealtad duradera y en un trato de favor dentro de la hueste española. Hijo del licenciado Gonzalo de Villafuerte, Juan llegó al Nuevo Mundo buscando fortuna, integrándose pronto en el círculo de confianza de Cortés. A diferencia de otros, su perfil destacaba por cierta capacidad de mando y una educación que le permitía asumir responsabilidades logísticas complejas, algo que sería vital en la etapa más crítica de la conquista: el asedio a Tenochtitlan.
Tras la desastrosa huida de la Noche Triste en 1520, Cortés comprendió que la reconquista de la capital mexica era imposible sin el control de las aguas que la rodeaban. Tenochtitlan era una ciudad lacustre, y la caballería española era inútil en las calzadas rotas o en el agua. Aquí es donde la figura de Villafuerte cobra una relevancia técnica y militar crucial.
Villafuerte fue designado como uno de los capitanes de los 13 bergantines, las naves de guerra que los españoles construyeron por el maestro carpintero Martín López, en Tlaxcala y transportaron pieza por pieza hasta el lago de Texcoco. Esta operación anfibia no tenía precedentes en la historia militar americana. Como capitán de uno de estos navíos, Villafuerte tenía la misión de patrullar el lago, bloquear el suministro de agua dulce y alimentos a la ciudad asediada y combatir a las miles de canoas mexicas que intentaban romper el cerco. Su actuación en el lago fue decisiva; los bergantines, equipados con falconetes (pequeños cañones) y ballesteros, anularon la ventaja táctica de la movilidad mexica, permitiendo que las fuerzas terrestres avanzaran por las calzadas. Sin hombres como Villafuerte al mando de estas naves, la caída de Tenochtitlan habría sido improbable.

Sin embargo, el nombre de Juan Rodríguez de Villafuerte resuena en la historia de México más por una acción religiosa que por sus hazañas bélicas. Según las crónicas y la tradición, fue él quien trajo desde España una pequeña imagen de la Virgen María con el Niño Jesús, conocida como la Virgen de los Remedios.
La leyenda cuenta que, antes de la caída final de los aztecas, Villafuerte colocó esta imagen en el mismísimo Templo Mayor de Tenochtitlan, retirando o cubriendo las efigies de Huitzilopochtli, en un acto de audacia teológica que buscaba la «protección divina» sobre la hueste y el desafío a los dioses locales.
Durante la trágica Noche Triste, en medio del caos, la lluvia y la sangre, se dice que Villafuerte cargó con la imagen mientras huía. Agotado y herido, la escondió debajo de un maguey en el cerro de Otomcapulco (actual Naucalpan). Años más tarde, la imagen fue encontrada por un indígena llamado Juan Cecuauhtli, dando origen a uno de los cultos marianos más antiguos e importantes de México. El Santuario de Nuestra Señora de los Remedios, erigido en el lugar del hallazgo, se convirtió en un baluarte espiritual, y la Virgen fue nombrada «La Conquistadora», siendo invocada por los españoles en tiempos de sequía o epidemia, y posteriormente convertida en símbolo realista frente a la Virgen de Guadalupe durante la secesión de Nueva España. Villafuerte, por tanto, sembró involuntariamente la semilla de una devoción de la sociedad novohispana por siglos.

Consumada la conquista de la capital, Cortés dispersó a sus capitanes para asegurar el territorio y buscar nuevas rutas, especialmente hacia la Mar del Sur (actual Océano Pacífico). Villafuerte fue enviado hacia el suroeste, con la misión de pacificar la región de Zacatula y explorar las costas de lo que hoy es Guerrero y Colima.
En 1522 y 1523, Villafuerte lideró incursiones hacia el reino de Colima. A diferencia de la victoria en Tenochtitlan, aquí se encontró con una resistencia brutal. En la batalla de Tecomán, la coalición hispano indígena fue emboscada y derrotada, obligándolo a retroceder a Zacatula y pedir refuerzos. Cortés tuvo que enviar primero a Cristóbal de Olid y luego a Gonzalo de Sandoval para someter finalmente la región.
A pesar de la derrota inicial, Villafuerte logró consolidar la presencia española en la costa. Se le atribuye la fundación de la Villa de la Concepción, en la bahía de Acapulco, el 9 de diciembre de 1523, sentando las bases para lo que se convertiría en el puerto más importante del comercio transpacífico. Su labor en esta zona fue de repoblación y administración; recibió importantes encomiendas en la provincia de Acapulco, encomendándole la transformación de antiguos guerreros en trabajadores.
El carácter de Villafuerte parece haber sido apasionado y, en ocasiones, conflictivo con la autoridad religiosa, aunque leal a la Corona y a Cortés. Un episodio que refleja bien este carácter fue su enfrentamiento con Fray Domingo de Betanzos, un dominico de estricta observancia. Villafuerte fue acusado de blasfemia —un delito grave en la época— y condenado simbólicamente, aunque su estatus y su lejanía de la capital probablemente le permitieron eludir el cumplimiento estricto de la pena (se habla de una condena a donar cera a las iglesias y años de cárcel no cumplidos).

En su vida personal, Villafuerte encarnó el mestizaje fundacional. Se casó con una noble indígena, bautizada como Doña Juana, con quien tuvo descendencia. Este matrimonio no era una simple unión carnal, sino una alianza política. Tras enviudar, contrajo segundas nupcias con una mujer española, Juana de Zúñiga (no confundir con la esposa de Cortés del mismo nombre, aunque emparentada).
El final de Juan Rodríguez de Villafuerte está envuelto con versiones contradictorias que oscilan entre lo plácido y lo macabro. Una tradición oscura sugiere un final violento: durante un viaje habría sido emboscado y asesinado. Según esta narrativa, su cuerpo fue descuartizado y esparcido. Sin embargo, otra versión sostiene que murió de muerte natural, rico y respetado en sus tierras de la costa hacia 1530 o 1540.


