LA RECONQUISTA

ALFONSO III EL MAGNO

Alfonso III “el Magno”, fue un monarca destacado de Asturias del siglo IX. Se cree que nació en Oviedo en el año 852, en el seno de la Casa de Asturias, hijo del rey Ordoño I y de su esposa, la reina Nuña. Su prolongado reinado de 44 años, que se extendió desde el año 866 hasta su abdicación en 910, estuvo marcado por una serie de logros significativos que consolidaron el poder de Asturias. A pesar de su juventud, Alfonso III demostró desde el principio una habilidad política y militar excepcional que le permitió enfrentar los desafíos que enfrentaba el reino de Asturias en ese momento. Uno de sus logros más destacados fue la reconquista de importantes ciudades y fortalezas ocupadas por los musulmanes, sobre todo en Galicia y León.

Alfonso III sucedió a su padre en el trono siendo muy joven, tras la muerte de su padre Ordoño I en el año 866. Nada más ocupar el trono tuvo que pelearlo con Fruela Bermúdez, el Conde de Lugo. Alfonso tuvo que refugiarse en Castilla, en la actual provincia de Alava durante un año, hasta que Rodrigo de Castilla, primer Conde de Castilla y unos nobles ovetenses mataron al usurpador Fruela, pudiendo Alfonso regresar a Oviedo para hacerse cargo del reino. Al coronarse, el rey Alfonso III de Asturias inició la idea imperial de España, pues se coronó como Adefonsus totius Hispaniae imperator. En el año 877 aparece como Adefonsus Hispaniae imperator y en el 906 como Adefonsus Hispaniae rex. ​

Al año siguiente tuvo que hacer frente a una revuelta nobiliaria en Alava encabezada por el conde Eylo.

Llegó un mensajero desde Álava, anunciando que sus corazones se habían inflado contra el rey: oído lo cual, el monarca dispuso marchar hacia allí. Impulsados por el pavor que les produjo su llegada, rápidamente reconocieron sus obligaciones y suplicantes bajaron ante él sus cabezas y prometieron que permanecerían fieles a su reino y a su autoridad, y que harían lo que les fuese ordenado. De este modo sometió a su poder a una Álava tendida ante sí, y a Eylo, que se presentaba como su conde, se lo trajo para Oviedo cargado de hierros.

Crónica de Sampiro

Una de las primeras acciones militares significativas de Alfonso III fue la conquista de Oporto, en el año 868, un encargo que realizó el conde Vimara Pérez. Ubicada al sur de Galicia, en el territorio que actualmente corresponde a Portugal, esta ciudad era importante centro estratégico y su captura representó un golpe significativo para el dominio musulmán en la región. Consciente de la importancia que tenía la repoblación de las ciudades de las que eran desalojados los moros y, siguiendo la metodología empleada por su padre Ordoño I, repobló la comarca.

En el año 873 se casó con Jimena Garcés,​ hija del rey de Pamplona. Fruto del matrimonio nacieron los tres primeros reyes leoneses; García, Ordoño y Fruela, que ya en vida de su padre gobernaron la frontera (la futura Castilla), Galicia y Asturias, respectivamente. En sus últimos años de reinado, Alfonso sufriría intentos de ser derrocado por sus hijos, lo que provocó que abdicara en el año 910.

Alfonso III y Jimena

El año 878 fue bastante complicado para Asturias. Mohamed I, emir de Córdoba, al frente de un poderoso ejército se dirigió contra Oporto con la intención de recuperar la ciudad, pero el ejército del rey Alfonso III, con el conde Hermenegildo Gutiérrez al mando, se enfrentó a las fuerzas musulmanas y las derrotó antes de llegar a su objetivo, concretamente en la Batalla de Polvoraria, también llamada Batalla de Polvorosa. Las tropas musulmanas, tras cruzar el  el río Esla, cerca de la actual localidad de Arcos de la Polvorosa, en la provincia de Zamora,​ continuaron por la margen derecha del río Órbigo camino de Astorga. Estas cayeron en una emboscada​ de Alfonso III cerca del monte de Socastro, en un ataque que terminó en una sonada derrota de los moros, llegando las bajas entre las filas musulmanas, a unos 12 000-13 000 muertos. Después de haber derrotado a las fuerzas del emir, desde Coimbra y Oporto el ejército asturiano reconquistó Braga, Viseo y lamego, repoblando las villas con hombres llegados desde Galicia.

Varias semanas después, los restos de este primer ejército moro, se unieron con otro que se había enviado al mismo tiempo desde Al Andalus, con la intención de caer sobre la ciudad de Zamora. El rey magno, para evitar la unión de ambos ejércitos, salió al encuentro del segundo al que interceptó en el valle de Valdemora, en la actual provincia de León, donde lo venció. En esta segunda batalla y según la tradición, sólo sobrevivieron diez musulmanes, que se escondieron entre los cadáveres de sus compañeros fingiendo estar muertos.​ Tras las victorias cristianas se firmó una tregua de tres años, durante la cual estaba prohibido la repoblación y fortificación de nuevas plazas, pacto que incumplió el rey Alfonso, al tiempo que Mohamed también lo incumplía enviando una flota para atacar Galicia que afortunadamente fue destruida por una tormenta. Además, el emir Mohamed se vio obligado a pagar un rescate. Era la primera vez que Córdoba pedía la paz. Este conflicto tuvo lugar en un momento en el que el río Duero marcaba la frontera entre moros y cristianos, por lo que el Valle del Duero quedaba controlado por los cristianos.

Además de sus acciones ofensivas contra los moros, Alfonso III el Magno también se enfrentó a amenazas externas, como las incursiones normandas en la costa atlántica. Organizó la defensa del reino contra estos ataques, fortificando las costas y enfrentándose con éxito a los invasores normandos en varias ocasiones.

En el año 882 de nuevo un ejército moro intentó hacer sucumbir a Asturias desde Zaragoza por las orillas del río Ebro, devastando el valle a su paso por La Rioja. Al llegar a Cellorigo, en La Rioja, los moros intentan tomar el castillo ya que este protegía uno de los pocos pasos existentes para cruzar los montes Obarenes. El castillo se encontraba protegido por Vela Jiménez, primer conde de Álava. La contienda causó muchas bajas en ambos ejércitos, pero el castillo no fue tomado. De ahí, el ejército moro fue a Pancorbo (otro paso sobre los mismos montes), pero el asedio al castillo de Pancorbo se alargó durante varios días, acabando con una nueva derrota y numerosas bajas. Tras estas dos derrotas, Alfonso III de Asturias dio orden a Diego Rodríguez “Porcelos” y a Vela Jiménez de perseguir a los moros, los cuales tras un tiempo huyendo se encontraron tan apurados, que pidieron la paz a Alfonso en varias ocasiones, sin conseguir que este se la concediese.

Estatua de Alfonso III. Oviedo

Al año siguiente, en el 883, una nueva incursión musulmana, tras haber batido los muros de Zaragoza y saqueado Monjardín y otros pueblos de Navarra, emprendió desde allí la misma ruta que el año anterior, para atacar Cellorigo. El resultado fue peor que el año anterior, no consiguiendo otra cosa que muchas bajas. De aquí marchó a Pancorbo y Castrojeriz, con el mismo resultado. Humillados, antes de salir del territorio cristiano enviaron una embajada al rey Alfonso III para pedir la paz. Como resultado de esta contraofensiva, Alfonso III consigue reconquistar Deza (Soria) y Atienza (Guadalajara).

Todas estas victorias del Rey Magno y la publicación de la Crónica Proféticaque predecía que, en ese mismo año, el rey asturiano reinaría sobre toda España, actualizando una vieja profecía bíblica en el sentido de que los musulmanes serían expulsados de la Península en esta época, darán ocasión para que comience a difundirse entre los cristianos la creencia en la inminente restauración de la unidad peninsular bajo la autoridad del rey Alfonso. La profecía no se cumplió, pero su difusión puede contribuir a explicar el estado de ánimo existente entre los cristianos o, al menos, en los círculos más próximos a la Corte de Oviedo, por el favorable curso de la pugna con los cordobeses.

Moros, normandos y ahora sus propios hermanos. Alfonso el Magno se encontró en el año 884 con una revuelta liderada por sus hermanos Fruela, Odoario y Bermudo, quienes se atrincheraron en Astorga, apoyados por una parte de la nobleza local, pero rápidamente fueron derrotados y ajusticiados.

En el año 901 El omeya Ibn al-Qitt llama a la yihad y ataca Zamora. Los moros asedian la pequeña ciudad y en el mes de julio intentan el asalto ante las murallas. La cruenta batalla duró cuatro días, con gran cantidad de muertos y heridos en ambos lados, terminando con la victoria de los defensores de la ciudad. Tras la victoria se cortaron las cabezas de los generales musulmanes y se colgaron en las almenas de los muros. Desde entonces se conoce aquella batalla como el Día de Zamora.

En el año 903 Alfonso III elaboró un plan para desalojar definitivamente a los Banu Qasi de la corona navarra. Eran una familia de origen cristiano que se había islamizado durante la invasión musulmana con el fin de continuar con sus privilegios. Aunque formaban parte del entramado aliado de Alfonso, este, de acuerdo con el conde de Pallars, dio un golpe de Estado que consiguió derrotar a los Banu Qasi e instalar un navarro, Sancho Garcés I, en el trono de Pamplona. Con su llegada al trono el territorio navarro se articuló definitivamente como reino, superando la etapa de caudillaje de la dinastía precedente.

Los moros, los normandos, sus hermanos… y al final de sus días, se sublevó su hijo García, casado con la hija del conde de Castilla Munio, instigador de la conjura contra el rey. Capturado García por su padre, su suegro provocó un levantamiento ayudado por Jimena, Ordoño y Fruela. Según la Crónica General de España de Alfonso X el Sabio, la reina Jimena:

«basteció estos castiellos en tierras de León, Alba, Gordón, Arbolio et Luna, et diólos a su fijo el infant don García»

Sarcófago de Alfonso III en Astorga

Alfonso III decidió abdicar en favor de su hijo García I y fue relegado a Boides, una aldea cercana a San Salvador de Valdediós, en Asturias. Después peregrinó a Santiago, realizó una incursión militar por tierras morunas en Mérida y falleció el 20 de diciembre de 910 a medianoche en Zamora al regreso de la incursión. Su cuerpo fue llevado a Astorga (León) y enterrado en la catedral de dicha ciudad, en la que posteriormente sería sepultada su esposa, la reina Jimena de Asturias quien falleció dos años después en 912. Sus restos fueron depositados en el sarcófago de Astorga, hallado en el municipio leonés de San Justo de la Vega, y que desde el año 1869 se halla expuesto en el Museo Arqueológico Nacional, ubicado en Madrid. Posteriormente, en el año 986, los restos de Alfonso III y los de su esposa fueron trasladados, por orden del rey Bermudo II de León, a la ciudad de Oviedo, pues el monarca leonés temía que los restos mortales de ambos fuesen profanados por las tropas musulmanas dirigidas por Almanzor, que en esos momentos avanzaban hacia el reino de León,​ siendo depositados en el panteón de reyes de la capilla de Nuestra Señora del Rey Casto de la catedral de Oviedo.

Además de sus éxitos militares, Alfonso III también se destacó por su labor en el ámbito político y administrativo. Durante su reinado, promovió la organización y el desarrollo del gobierno centralizado, estableciendo una administración eficiente y promulgando leyes que beneficiaron al reino en diversos aspectos, como la agricultura, la economía y la justicia.

Otro aspecto importante del reinado de Alfonso III fue su apoyo a la cultura y la religión. Fomentó el desarrollo de las artes y las letras, atrayendo a eruditos y artistas a su corte y patrocinando la construcción de iglesias, monasterios y otras instituciones religiosas. Durante su reinado se da la llamada etapa postramirense de la arquitectura prerrománica asturiana, con edificios de la importancia de San Salvador de Valdediós, Santo Adriano de Tuñón y la basílica de Santiago de Compostela. Además, Alfonso III jugó un papel fundamental en la preservación y difusión de la cultura cristiana en la península ibérica, promoviendo la copia y traducción de textos religiosos y la propagación del cristianismo entre la población.

Ordenó la redacción de tres crónicas de la historia; La Crónica Albendense (881), La Crónica Profética (883) y La crónica de los Reyes Visigodos ó Crónica de Alfonso III (910)

Fue él quien ordenó elaborar la Cruz de la Victoria, convertida en símbolo y que figura en la actual bandera de Asturias. La joya fue hecha por orfebres procedentes del reino franco. Hoy se guarda en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo y una copia cuelga del puente de Cangas de Onís

El legado de Alfonso III el Magno perduró mucho tiempo después de su muerte. Su reinado se recuerda como una época de esplendor y consolidación para el reino de Asturias, sentando las bases para el posterior surgimiento del Reino de León, asentando el Reino de Navarra y contribuyendo al proceso de la Reconquista en la península ibérica. Su figura sigue siendo recordada como una de las más importantes de la historia de España y su influencia se extiende hasta la actualidad.

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