CANIBALISMO EN AMÉRICA
«Después de poblada la tierra de españoles, por la abundancia que hay en la mayor parte de ella de carnes de nuestros ganados, las naciones más bárbaras y carniceras, que aún todavía están en su gentilidad, se han ido a la mano grandemente, porque matando su hambre con las vacas y otros animales, que de los españoles alcanzan o roban, se abstienen de tal manera de su antiguo uso de comer carne humana que ya no se les nota este vicio, como vemos hoy en los indios chiriguanas que confinan con la diócesis de los Charcas, los cuales solían ser tan carniceros y voraces, que agotaron del todo algunas naciones de indios que sujetaron por las armas, manteniéndose de ellos, y ahora aunque no están pacificados, ni hechos cristianos, han dejado su cruel fiereza y no comen carne humana».
Bernabé Cobo de Peralta, La Historia del Nuevo Mundo
La práctica del canibalismo es indudable en la mayoría de las tribus indígenas de América, desde los pieles rojas de Canadá hasta los fueguinos o patagones de Argentina. Sacrificios humanos, seguidos de banquetes rituales, se celebraban en México ante las grotescas figuras de Huitzilopochtli, el dios de la guerra, cuyo templo de Tenochtitlan fue testigo de horrendas carnicerías. Igualmente, a Quetzalcohatl, dios del viento y al dios del sol, llamado Tetzcatlipoca, se les aplacaba con espantosas matanzas, seguidas generalmente de banquetes en los que se devoraban los cuerpos de las víctimas sacrificadas. No menos cruel era el culto al dios menor Chalchiuhtlicue, y, en general, en toda la América Central, donde influenció la poderosa civilización azteca, se seguían estos ritos sangrientos. Por ejemplo: en los Güetares de la península de Nicoya. Del reprochable vicio de antropofagia ritual no se salvó tampoco la importante cultura Maya ni los pueblos Chibchas. Quizá los que puedan librarse de esta imputación en el momento de la conquista sean los Incas, que, aunque ante las figuras de sus dioses Pachacamac y Huiracocha se sacrificaban personas, no hay constancia de que luego fueran devoradas.
Ya durante el primer viaje en 1492, Cristóbal Colón afirmó en sus crónicas que los pacíficos taínos, un pueblo «gentil y de gran sencillez», según sus descripciones, vivían aterrorizados por unos «invasores», a los que el almirante define como hombres feroces, excelentes arqueros y que gustaban de comer carne humana. Según detallaba Colón, estas gentes conservaban huesos humanos en cestas, y de las vigas de sus casas colgaban cabezas y extremidades. El navegante describió erróneamente a esta tribu como «caniba» (como se llamaba entonces a los súbditos asiáticos del Gran Kan). Posteriormente, otros exploradores españoles cambiaron el nombre a «caribe».
El diario de navegación de Cristóbal Colón es claro y conciso. El 15 de enero de 1493, durante su primer viaje a América, el navegante escribió:
“Dize también que oy a sabido que la fuerça del oro estava en la comarca de la villa de La Navidad de Sus Altezas, y que en la isla de Carib avía mucho alambre en el Matinino, puesto que será dificultoso en Carib porque aquella gente diz que come carne humana”.
Los sacrificios humanos están documentados en la cultura maya, en cuanto a las prácticas de antropofagia se tienen pocos registros. Uno de ellos es el relato de Jerónimo de Aguilar quién junto a Gonzalo Guerrero, sobrevivió el naufragio del golfo de Darién. En agosto de 1511 sucedió un naufragio de expedicionarios que viajaban de la actual provincia de Darién hacia la isla de La Española, fueron sorprendidos por una tormenta, solo una veintena de expedicionarios sobrevivió en un batel, fueron arrastrados hacia el norte por la corriente del canal de Yucatán , finalmente tocaron tierra en la zona norte de la península de Yucatán donde fueron capturados por la tribu maya de los cocomes, de acuerdo con Aguilar cuatro de los compañeros, entre ellos el capitán fueron comidos por los nativos.
«Y de esta manera anduvimos catorce días, al cabo de los cuales nos echó la corriente, que es allí muy grande y va siempre tras del sol, a esta tierra, a una provincia que se dice Maya. En el camino murieron de hambre siete de los nuestros, y viniendo los demás en poder de un cruel señor, sacrificó a Valdivia y a otros cuatro; y ofreciéndolos a sus ídolos, después se los comió, haciendo fiesta, según el uso de la tierra, e yo con otros seis quedamos en caponera, para que, estando más gordos, para otra fiesta que venía, solemnizásemos con nuestras carnes su banquete.”
Crónica de la Nueva España, Francisco Cervantes de Salazar
En la región del río Pánuco una expedición comandada personalmente por Garay acabó devorada:
” Y desde que aquello vieron los indios de aquella provincia se concretaron todos a uno de matarlos, y en pocos días sacrificaron y comieron más de quinientos españoles, y todos eran de los de Garay; y en un pueblo hubo que sacrificaran sobre cien españoles juntos, y por todos los más pueblos no hacían sino a los que andaban desmandados matarlos y comer y sacrificar»
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo
Después de este suceso, Cortés emprendió una fuerte campaña militar en la zona, en esta ocasión más por el deseo de acabar con el canibalismo que por ambición o conquista, pues la zona no era rica en piedras preciosas ni había grandes ciudades.
Los cronistas de la conquista de México que presenciaron las estrategias de combate de los mexicas se percataron que el objetivo principal era la captura de guerreros enemigos y no necesariamente darles muerte en las batallas:
”No se usaba, como las leyes humanas permiten, que el vencedor, pudiendo matar al vencido, usando de misericordia, le hiciese su esclavo o lo diese por rescate, sino que, no, solamente vencedores mataban a los vencidos y los sacrificaban cuando los traían vivos, pero después de muertos los desollaban y se vestían de sus cueros y comían, cocidas, sus carnes; los señores, las manos y muslos, y los demás, lo restante del cuerpo»
Crónica de la Nueva España, Francisco Cervantes de Salazar
Los sacrificios humanos que se realizaban cotidianamente y dedicados a los dioses Xipe Tótec y Tláloc, las ceremonias incluían la práctica de antropofagia:
”Después de haberles sacado el corazón, y después de haber echado la sangre en una jícara, la cual recibía el señor del mismo muerto, echaban el cuerpo a rodar por las gradas abajo Iba a parar a una placeta abajo; de allí la tomaban unos viejos que llamaban quaquauacuiltin y le llevaban a su calpul, donde le despedazaban y le repartían para comer»
Historia general de las cosas de la Nueva España, Bernardino de Sahagún
Particularmente para la ceremonia de Xipe Tótec, a las víctimas que regularmente eran comidas eran cautivos de guerras a los que se les mantenía prisioneros y con vida para ser sacrificados en el mes de Tlacaxipehuliztili:
”Después de desollados, los viejos, llamados quaquauacuiltin, llevaban los cuerpos al calpulco, adonde el dueño del cautivo había hecho su voto o prometimiento; allí le dividían y enviaban a Moctezuma un muslo para que comiese, y lo demás lo repartían por los otros principales o parientes; íbanlo a comer a la casa del que cautivó al muerto. Cocían aquella carne con maíz, y daban a cada uno un pedazo de aquella carne en una escudilla o cajete, con su caldo y su maíz cocida. Y llamaban aquella comida tlacatlaolli; después de haber comido andaba la borrachería”
Historia general de las cosas de la Nueva España, Bernardino de Sahagún
Los mexicas solían cocinar el cuerpo de la persona sacrificada para preparar el platillo llamado tlacatlaolli y se repartía en un banquete. En otras, se mataba a esclavos ofrecidos por comerciantes o artesanos con motivo de su propia fiesta religiosa. El cuerpo de la víctima era entregado al sacrificador, quien ofrecía una parte a las autoridades. Los muslos podían ser enviados al palacio real; las vísceras podían servir para alimentar a los animales del emperador: pumas, jaguares, serpientes. Con el resto del cuerpo el sacrificador organizaba un banquete.
Todavía hoy en México existen varios platos típicos que originalmente incluían carne humana, uno de ellos es un plato llamado pozole. El pozole es mencionado en los Códices Florentino y el Magliabechiano (siglo XVI). Tras los sacrificios en los que se ofrecían los corazones de la víctima a las deidades, el resto del cuerpo se cocía con maíz y era repartido entre todos los participantes o sólo entre determinados sacerdotes. En la investigación se han recabado recetas de cocina de carne humana que recogieron los frailes españoles durante su labor evangelizadora tras la conquista, que señalan que nunca se tomaba asada. Tras ser prohibido su consumo durante la cristianización de los indígenas, la carne humana fue sustituida por la de cerdo.
Los chichimecas también fueron registrados realizando prácticas de antropofagia:
”También sacrificaban más allá de Jalisco hombres a un ídolo como culebra enroscada, y quemándolos vivos, que es lo más cruel de todo, y se los comían medio asados..”
Historia de la conquista de México, Francisco López de Gómara.
Casi todas las tribus caribes, incluidas las que habitaban en el continente, en los actuales países de Venezuela y Colombia, principalmente los paeces, panches y yalcones, eran antropófagas. Hasta el extremo de que su único alimento consistía en la carne humana, y para procurársela vivían en constante guerra las unas con las otras, sin que las alianzas ni la consanguinidad de tribu fueran bastante para retraerlos de esta costumbre, que ya era vicio tan feroz como sanguinario. Basta un ejemplo: en el año 1540, los paeces confederados con los yalcones, dieron, a órdenes del cacique Pioanza, varios asaltos a la naciente población de Timaná; en el último de ellos, el combate se libró sólo con los escuadrones yalcones, que fueron rechazados con notables pérdidas. Los paeces presenciaron la derrota desde una altura, y una vez que estuvo consumada, no se preocuparon sino de hacer la cacería a sus aliados derrotados; capturaron un gran número, y con ellos tuvieron abundante provisión de carne por mucho tiempo. Al pueblo de Carnicerías, en vecindario de los paeces, le dieron los españoles este nombre porque allí encontraron mataderos y mercado público de carne humana.
En estas feroces tribus se hizo célebre la terrible indígena llamada la Gaetana, que tan espantosa venganza tomó de la muerte que a su hijo dieron los españoles. El blanco de esta horrenda represalia fue el desgraciado capitán Añasco. Fray Pedro Simón nos da cuenta de este suplicio en sus Noticias Historiales, con las siguientes palabras:
«Dejando correr con la furia que quisieron los extremos de su encono y venganza, esta vieja, lo primero en que los ejecutó fue, como a otro Mario Romano, en sacarle los ojos, para con esto acrecentarle los deseos de la muerte. Horádale luego ella por su propia mano, por debajo de la lengua y metiéndole por ella una soga y dándole un grueso nudo, lo llevaba tirando de ella de pueblo en pueblo y de mercado en mercado, haciendo grandes fiestas con el miserable preso, desde el muchacho hasta el más anciano, celebrando todos la victoria, hasta que habiéndosele hinchado el rostro con monstruosidad y desencajadas las quijadas con la fuerza de los tirones, viendo que se iba acercando a la muerte, le comenzaron a cortar, con intervalos de tiempo, las manos y brazos, pies y piernas, por sus coyunturas, hasta que le llegó la muerte.»
Noticias Historiales de Fray pedro Simón
También en Colombia, en la región del Caquetá-Putumayo es conocida la existencia de guerreros que se comían unos a otros. Al parecer, quienes se enfrentaban en esa región eran unos pueblos de origen Caribe contra los Uitotos. Resulta de interés revisar aquello que los Uitotos actuales recuerdan sobre esas prácticas de canibalismo ritual. Los Uitoto habitan en grandes casas plurifamiliares denominadas malocas. El jefe de una maloca es un abuelo que guarda los saberes ancestrales del grupo, dando a entender así el principal papel político que en esta sociedad cumplen sus maestros visionarios. Los Uitotos mantienen dos tipos de malocas, una llamada murui (a la que se le otorgan características masculinas) y la otra denominada muinane (esencialmente femenina). Según sostienen algunos Uitotos actuales, en el pasado existía al menos un tercer tipo de maloca, dedicada al culto, en la que se realizaban rituales antropofágicos, ya sea para sacrificar a los enemigos o para castigar a aquellos individuos que hubiesen cometido actos graves o criminales.
Los “enemigos internos”, aquellos condenados por homicidios, adulterio o incestos, se les daba muerte y luego eran consumidos en pedazos crudos; los cuerpos de los enemigos externos eran hervidos y también ingeridos en trocitos. Aquella carne de gente que pertenecía al mismo grupo no necesitaba ser procesada por el fuego; en cambio, aquella que venía de afuera, necesitaba pasar por un proceso de transformación que la haga susceptible a ingresar a los cuerpos de la comunidad. Es de interés marcar que en ambos casos la carne era posteriormente vomitada con la ayuda de una pluma de garza blanca. Queda claro, entonces, que los ritos antropófagos de los Uitoto no estaban destinados a la adquisición de proteínas mediante el consumo de carne humana, pues esta era vomitada antes de que el cuerpo caníbal pudiera apropiarse de los nutrientes de esa carne; la digestión invertida comprobaría que los motivos de las prácticas eran religiosos y simbólicos.
Estos rituales antropófagos son recordados como el “baile de comer gente”. De acuerdo con un testimonio oral uitoto, al baile de comer gente se invitaba a miembros de otras malocas por medio del ambil. Los anfitriones preparaban grandes cantidades de Maguana (bebida elaborada con el almidón de la yuca brava) y también se hacían buenas provisiones de coca y tabaco. Los invitados traían, como regalo, algunas frutas. Cuando llegaban a la casa del baile, los invitados procedían a entonar diversas canciones que hacían alusión al mito primordial del acto caníbal en la casa de Jutziñamui. Mientras bailaban, con la víctima a la espera de la muerte, se tocaban con fuerza los tambores de menguaré, generando posiblemente un clima de trance, en el que los participantes se transformaban en verdaderos jaguares: es decir, percibían a su víctima como una presa.
Algo similar sucedía entre los jíbaros, en el Amazonas peruano. Algunos ancianos Awajún han contado que, después de haber asesinado a un enemigo y apoderarse de su cabeza, durante las celebraciones para producir las cabezas reducidas, se cortaba y se consumía ceremonialmente pequeñísimos fragmentos de la piel del guerrero derrotado. Durante estas celebraciones las mujeres entonaban cantos que hablan de la antropofagia de manera indirecta:
“¡La linda bisha de Dekentai!
Recién perfuma, recién perfuma…
Le saco la piel, le saco la piel….
¡Pelé la cabeza del Tsemanchuk!
Recién traen a los enemigos,
Traen a los enemigos que atraparon…»
Otro de los grupos históricamente más conocidos por sus prácticas caníbales son los Tupinamba, habitantes de casi toda la costa brasileña. Cuando un enemigo era capturado, era llevado al pueblo de los vencedores. Las mujeres recibían al prisionero con insultos y amenazas; pero pronto estos tratos intimidatorios cesaban. las mujeres cuidaban de ellos en todo, como a mascotas. A los cautivos no se les negaba ni alimento ni nada en lo absoluto. Su periodo de cautiverio podía durar muchos años, pero se sabía que sería asesinado y comido tarde o temprano. Un día señalado, tras un enfrentamiento y posterior diálogo ritual con su verdugo, la víctima encontraba finalmente muerte. Una vez asesinado, la comunidad entera participa en el banquete caníbal; todos los guerreros, mujeres y niños ingerían la carne, excepto el mismo asesino, quien se retiraba a ayunar.
En el Amazonas, las expediciones guerreras de los Wari culminaban en rituales colectivos en los que las carnes de los enemigos muertos eran consumidas. El cuerpo de la víctima era transportado al poblado, se le quitaba todo rasgo de sangre, era cocido y luego se le ingería con tamales de maíz. En estos banquetes funerarios sólo participaban quienes no habían estado en combate.
Los Wari también practicaban canibalismo endogámico; Comían la carne de los miembros de la comunidad muertos. Sus restos eran asados y los afines del muerto – no sus parientes directos, sino los parientes políticos; cuñados, cuñadas, suegros, suegras, yernos y nueras – eran los únicos que ingerían su carne. El canibalismo funerario de los afines era concebido como un acto de piedad: dejar que un cadáver sea consumido por buitres y gusanos les resultaba doloroso, una muestra de desamor frente al cadáver y sus parientes consanguíneos. Comer la carne de los muertos era el último favor y acto de amor que realizaban hacia ellos sus afines.
Los chiriguanos, son grupo de lengua Tupí – guaraní que desde el Amazonas ocuparon regiones de Paraguay, Bolivia y Argentina. En tiempos de guerra los caciques de cada aldea pasaban a depender del cacique regional («tubicha rubica», «el más grande de los grandes»). Entre los siglos XV y XVI sometieron a los Chané a los que esclavizaron. Algunas crónicas indican que ese dominio se sustentó en una sistemática antropofagia que prácticamente devastó a los Chané.
Más al sur del continente el canibalismo no dejaba de existir. Cuando Juan Díaz de Solís alcanzó la desembocadura del Río de la Plata en 1516 y decidió descender a tierra con algunos de sus hombres para reconocer la costa. Pero, al llegar a la orilla, habrían sido asesinados y devorados por indios antropófagos. Quienes no habían bajado de los barcos y observaron la escena, resolvieron dar por terminada la expedición y volver a España. De los exploradores que habían desembarcado con Solís, solamente se salvó el grumete Francisco del Puerto, quien quedaría cautivo de los indios y, diez años más tarde, sería encontrado por la armada de Sebastián Caboto.
Estos, cual astutas zorras, parecía que les hacían señas de paz, pero en su interior se lisonjeaban de un buen convite; y cuando vieron de lejos a los huéspedes, comenzaron a relamerse cual rufianes. Desembarcó el desdichado Solís con tantos compañeros cuantos cabían en el bote de la nave mayor. Saltó entonces de su emboscada gran multitud de indígenas, y a palos les mataron a todos a la vista de sus compañeros; y apoderándose del bote, en un momento le hicieron pedazos: no escapó ninguno. Una vez muertos y cortados en trozos, en la misma playa, viendo sus compañeros el horrendo espectáculo desde el mar, los aderezaron para el festín.
Pedro Mártir de Anglería.
«Cuando van a la guerra toman alguno de sus contrarios, tráenlo por esclavo y átanlo muy bien y engórdanlo y danle una hija suya para que se sirva y aproveche de ella, y de que está muy gordo y se les antoja que está muy bueno para comer, llaman sus parientes y amigos, aunque esten la tierra adentro. Empluman al dicho esclavo muy bien de muchos colores de plumas de papagayos y tráenlo con sus cuerdas atado en medio de la plaza, y en todo aquel día y noche no hacen sino bailar y cantar, ansi hombres como mujeres, con muchas danzas que ellos usan. Y después de esto hecho levántase y le dice la causa por qué le quiere matar, diciendo que también sus parientes hicieron otro tanto a los suyos, y álzase otro por detrás con una maza que tienen ellos de madera muy aguda y dánle en la cabeza hasta que lo matan. Y en matándole le hacen piezas e se lo comen. A los niños que cogen, los castran como nosotros a los pollos o cerdillos que queremos criar más gordos y tiernos para comerlos; cuando se han hecho grandes y gordos, se los comen”
Luis Ramírez, integrante de la tripulación de Caboto, en su Carta de 1528
Hasta aquí hemos tratado los ejemplos más conocidos del canibalismo y solo en la América Hispana, pero como dijimos al principio, había canibalismo en todo el continente americano, aunque eso no quiere decir que todas las tribus fueran caníbales, pero lo cierto es que la antropofagia era bastante común, como lo demuestran las constantes evidencias arqueológicas.
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