TERCIOS DE FLANDES

GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA

Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), conocido como El Gran Capitán, fue el artífice de la infantería moderna. Tenía los valores del honor y la lealtad medievales, pero la mente analítica, culta y pragmática del Renacimiento. Pese a ello, entendió antes que nadie que la época de los caballeros andantes había terminado. Su concepto de «fuego y movimiento», el uso combinado de armas y la profesionalización del soldado, sentó las bases de la creación de los Tercios Españoles, una revolución táctica que transformó el arte de la guerra, pasando del modelo medieval al moderno. Era carismático, hablaba con sus soldados, compartía sus penurias y, a la vez, era un cortesano refinado.

Sin Gonzalo, el Reino de Nápoles habría sido francés. Esto habría cambiado radicalmente la historia del Mediterráneo, amenazando las rutas comerciales de Aragón y dejando a Italia bajo la órbita francesa. Su victoria aseguró que el sur de Italia fuera un bastión español, posteriormente vital para la proyección de Carlos V y Felipe II.

Nacido en Montilla (Córdoba) el 1 de septiembre de 1453, Gonzalo pertenecía a la nobleza, siendo el segundo hijo de Pedro Fernández de Córdoba, señor de Aguilar. Como segundón de una familia noble, su destino no estaba ligado a la herencia de tierras, sino al servicio, ya fuera en la Iglesia o en la guerra.

Su infancia transcurrió en un ambiente de frontera contra los moros de Granada durante los últimos años de la Reconquista y las rivalidades internas de la nobleza castellana. Tras la muerte de su padre, fue enviado a la corte como paje del príncipe Alfonso, hermano de la futura reina Isabel la Católica.

Su primera gran prueba de fuego llegó con la guerra civil por el trono de Castilla. Gonzalo se alineó con la causa de Isabel la Católica frente a Juana la Beltraneja. Fue en estos primeros combates, donde comenzó a destacar no solo por su valor personal, sino por una inteligencia y una capacidad de liderazgo fuera de lo común.

Durante la batalla de La Albuera (1479), Gonzalo demostró su pericia. Sin embargo, en esta etapa, todavía era un «caballero» al estilo medieval: valiente y diestro con la lanza, pero aún no el estratega frío y calculador que asombraría a Europa.

La Guerra de Granada contra los moros fue donde se forjó el Gran Capitán. Durante diez años combinó asedios, guerrillas, logística, diplomacia y espionaje. En esa época Gonzalo destacó por varias cualidades que lo separaban de otros nobles; Se interesó profundamente por el arte del asedio y el uso de la artillería, pues se empezaban a escuchar los primeros disparos de pólvora por la península Ibérica, algo que sería clave en el futuro.

Al mismo tiempo, Gonzalo aprendió árabe y entendió la psicología de sus enemigos. Jugó un papel crucial en las negociaciones secretas con el rey Boabdil y fue él quien llevó gran parte de las conversaciones que condujeron a la capitulación final de Granada en 1492.

Su actuación en los últimos asedios de la Reconquista, como Tájara o Íllora, le valió elogios de la reina Isabel, quien sentía una profunda admiración por él. Al finalizar la guerra, Gonzalo ya no era un simple soldado; era un hombre de Estado.

El Gran Capitán en el asalto a Montefrío (Granada). Obra de José de Madrazo.

Pero la historia de su verdadera leyenda comienza cuando Francia invade Italia con el ejército más poderoso de la época, reclamando el trono de Nápoles, por aquél entonces parte de la corona de Aragón. Los franceses poseían la mejor caballería pesada de Europa y feroces mercenarios suizos que eran considerados invencibles.

El Papa y los estados italianos pidieron ayuda a los Reyes Católicos. Fernando el Católico, como Rey de Aragón, eligió a Gonzalo para comandar una fuerza expedicionaria. Desembarcó en Calabria (Reino de Nápoles), en 1495 con un ejército pequeño pero heterogéneo.

El primer gran encuentro contra los franceses en la Batalla de Seminara fue una derrota para los aliados. Gonzalo, aconsejando prudencia, se vio obligado a luchar en campo abierto contra la caballería pesada francesa y los piqueros suizos, debido a la insistencia del rey de Nápoles. La infantería ligera española no pudo resistir el choque frontal; aquello desencadenó una dura derrota.

Lejos de desanimarse, Gonzalo analizó fríamente por qué había perdido. Comprendió que el modelo medieval de «choque de caballería» estaba obsoleto y que la infantería ligera española necesitaba una reforma radical para enfrentarse a los bloques compactos de picas suizas y a la caballería acorazada francesa.

A partir de entonces, Gonzalo evitó las grandes batallas campales y el choque masivo frontal. Adoptó una estrategia de desgaste, ataques nocturnos y emboscadas, entrenó a sus hombres para luchar en cualquier terreno aprovechando el terreno accidentado de Calabria. Aumentó la proporción de armas de fuego portátiles (arcabuces). Organizó a sus tropas en Coronelías, unidades tácticas autosuficientes de unos 1.500 hombres. La gran innovación fue la combinación de armas:

Piqueros: Armados con largas picas para detener a la caballería enemiga.

Arcabuceros: Por primera vez se forman compañías armadas exclusivamente con armas de pólvora, para disparar a distancia y penetrar armaduras.

Rodeleros: Soldados con espada y escudo para infiltrarse entre las picas enemigas y destriparlas en el combate cuerpo a cuerpo.

Con la combinación de estas armas sentó la base de lo que serían los Tercios.

Pero no solo brilló en lo militar; haciendo uso de su talante y consciente de la fragmentación de las ciudades-estado, gobernadas por importantes familias, y para ganar alianzas con ellas, prohibió el saqueo y estableció una importante diplomacia que surtió gran efecto.

Para 1498, había expulsado a los franceses de Nápoles y restaurado la dinastía aragonesa. Regresó a España victorioso y con el título de «Gran Capitán» otorgado por un caballero aliado italiano, quien tras una batalla ganada contra todo pronosticó, exclamó que Gonzalo era «IL Grande Capitano».

La Paz parecía estar asentada, sin embargo, la guerra estalló de nuevo en 1502, cuando Francia rompió el Tratado y volvió a invadir el Reino de Nápoles. Esta vez, la situación era crítica. Los franceses, liderados por el Duque de Nemours, superaban a los españoles en número y recursos. Gonzalo volvió a ser enviado pero se vio obligado a replegarse a la ciudad costera de Barletta.

Acorralados en Barletta, Gonzalo resistió el asedio mientras esperaba refuerzos. Fue un periodo de privaciones extremas, pero su liderazgo mantuvo la moral alta. Organizaba torneos caballerescos (como el famoso Desafío de Barletta) para mantener el espíritu combativo.

Gonzalo usó este tiempo para desgastar al enemigo con incursiones rápidas, negándose a presentar batalla campal hasta que las condiciones fueran perfectas. Su paciencia exasperaba tanto a sus enemigos como a sus propios oficiales, pero él se mantuvo firme:

«No se gana con prisas, sino con inteligencia».

Otra de sus grandes frases la dijo precisamente en aquella ciudad a orillas del Adriático, donde un día exclamó a sus soldados:

«Mayor honra es morir a mano del enemigo que no vivir cada día oyendo; Aquél es él que fue rendido» 

El Gran Capitán. Obra de María José Ruiz López

En abril de 1503, tras recibir refuerzos vía marítima, Gonzalo salió de Barletta. Buscó una posición defensiva fuerte en una colina rodeada de viñedos y olivares cerca de Ceriñola. Esto limitaba la capacidad de maniobra de la caballería pesada francesa, que necesitaba espacio para cargar.

Hizo cavar un foso y levantar un talud, colocando a sus arcabuceros tras él. El detalle táctico más importante. Esto hacía imposible que la caballería francesa alcanzara la línea española con la velocidad y fuerza necesarias para el choque. Cuando la temida caballería pesada francesa y un gran contingente de mercenarios piqueros suizos, considerados la mejor infantería de Europa, cargaron confiados en su superioridad, se encontraron con una barrera infranqueable.

Las formaciones se rompieron, los caballos se detuvieron o cayeron, y la caballería quedó atascada y desorganizada justo frente al foso.

En ese instante crítico, los arcabuceros españoles, protegidos por el parapeto, abrieron un fuego masivo y disciplinado, protegidos por la zanja. El fuego de los arcabuces diezmó a la caballería francesa antes de que pudieran siquiera tocar las líneas españolas. El tiro de arcabuz, aunque lento de recargar, era el único capaz de penetrar las armaduras pesadas de los caballeros franceses. El Duque de Nemours fue alcanzado por un disparo y murió al instante. La muerte de su comandante y el fuego implacable detuvieron y destrozaron la moral del enemigo.

Tras el fracaso de la caballería francesa, los piqueros suizos intentaron asaltar la posición a pie. Al acercarse, descubrieron que su formación, perfecta para la lucha en campo abierto, se desorganizaba al intentar cruzar la zanja. Mientras intentaban superar la barrera, de nuevo el fuego de los arcabuceros y los disparos de las pocas piezas de artillería (pero en posiciones elevadas y en los flancos para maximizar su fuego cruzado), que tenían los españoles, les causaron enormes bajas.

Una vez que el ataque francés se estancó y desorganizó, Gonzalo lanzó su contraataque en dos fases:

Los Rodeleros y los hombres armados con espadas cortas (la infantería de choque española) se lanzaron a través de las brechas en su propia línea, infiltrándose entre las picas suizas y el caos de la caballería en retirada. Eran expertos en el combate cuerpo a cuerpo y destrozaron las formaciones suizas a corta distancia.

La caballería española, que había permanecido intacta en los flancos, atacó a los franceses por los lados y la retaguardia. El resultado fue una aniquilación. Los franceses perdieron a más de 4.000 hombres, incluido su comandante, mientras que las bajas españolas fueron mínimas.

Ceriñola, considerada por muchos historiadores como la primera batalla ganada decisivamente por las armas de fuego portátiles, demostró que la defensa de la infantería fortificada, apoyada por armas de fuego, podía vencer a la caballería más prestigiosa y a la infantería más temida de Europa. Fue el primer gran paso hacia la creación de la leyenda de la infantería española, precursora de los Tercios.

El genio táctico del Gran Capitán se manifestó en tres aspectos clave: la elección del terreno, la ingeniería defensiva y la coordinación de armas.

El Gran Capitán frente al cadáver del Duque de Nemours, tras la Batalla de Ceriñola. Obra de Federico Madrazo

Tras la aplastante victoria española en Ceriñola en abril de 1503, los restos del ejército francés se replegaron. Francia, sin embargo, envió un nuevo y numeroso ejército de refuerzo. A finales de año, ambos bandos se encontraban separados por el río Garellano, a medio camino entre Nápoles y Roma.

El ejército francés ocupaba la orilla norte del río. Tenían una posición fortificada y una superioridad numérica significativa (18.000 hombres frente a los 12.000 de Gonzalo). El invierno era atroz, con lluvias constantes y barro. La malaria, la disentería y el frío causaban más bajas que el enemigo. La moral española estaba decayendo, y los capitanes presionaban a Gonzalo para retirarse a la ciudad de Capua para invernar, pero él se negó, sabiendo que una retirada sería vista como debilidad. Decidió que la única solución era romper el estancamiento con una acción audaz e inesperada.

El principal desafío era el propio río Garellano, cuyo caudal, crecido por las lluvias, hacía imposible un cruce directo. Además, los franceses custodiaban el único puente fijo de la zona. La solución de Gonzalo fue una maniobra de flanco masiva y secreta combinada con una hazaña de ingeniería.

Gonzalo mantuvo a una parte de sus tropas, con apariencia de normalidad, frente a las líneas francesas para simular que la intención era pasar el invierno allí. Mientras tanto, ordenó el movimiento secreto del grueso de su ejército (incluyendo artillería y suministros) varios kilómetros aguas arriba.

En una maniobra sorpresa nocturna, el 29 de diciembre, cruzaron el río varios kilómetros aguas arriba del campamento francés, utilizando puentes de barcas prefabricados (una genialidad de ingeniería), que fueron transportados por tierra. El puente de barcas se ensambló rápidamente y en silencio bajo el manto de la noche, lo que permitió a la infantería española cruzar el río antes del amanecer.

Cuando amaneció el 29 de diciembre, la vanguardia española ya había cruzado el río y establecido una cabeza de puente firme en el flanco francés. El ejército francés fue tomado por sorpresa y totalmente desprevenido. El pánico se apoderó de las tropas francesas, especialmente de su caballería pesada, que era lenta para reaccionar y no podía maniobrar en el terreno fangoso.

El ejército español, liderado por la infantería ligera y los arcabuceros, cargó contra las defensas francesas por la retaguardia. La caballería francesa huyó en desbandada y lo que comenzó como una retirada se convirtió rápidamente en una huida desesperada. Gonzalo ordenó a sus tropas que persiguieran sin descanso a los franceses en retirada. La persecución fue tan efectiva que capturaron o dispersaron a la mayor parte del ejército enemigo. Las bajas francesas fueron catastróficas, tanto por el combate como por el ahogamiento en el río.

La victoria fue total. El 1 de enero de 1504, Gonzalo entraba triunfal en Gaeta, donde se rindieron las últimas tropas francesas. El Reino de Nápoles quedó definitiva e irrevocablemente a la Corona de Aragón. La victoria forzó a Francia a firmar la Tregua de Lyon.

Estandarte de los Reyes Católicos

Si Ceriñola fue una victoria defensiva, en la que el arcabuz se impuso a la lanza, el Garellano fue una obra maestra de maniobra ofensiva en la que la astucia, la movilidad y la ingeniería del Gran Capitán se impusieron a la fuerza bruta y la superioridad numérica francesa.

Además, el Garellano demostró que el Gran Capitán era un estratega completo, capaz de combinar la guerra de desgaste (el estancamiento en el Garellano) con una audaz ofensiva y consolidó su liderazgo, ya que mientras sus soldados morían de enfermedad, Gonzalo infundió una disciplina y una moral inquebrantables, convenciendo a su ejército de que podía vencer incluso en las peores condiciones.

La Batalla de Garellano. El caballero Bayardo defiende el puente

Tras la guerra, Gonzalo fue nombrado Virrey de Nápoles. Gobernó con la misma eficacia con la que luchaba. Fue un administrador justo, querido por los napolitanos y respetado por la nobleza local. Su corte en Nápoles brillaba con luz propia, atrayendo a artistas y poetas, convirtiendo la corte de Nápoles en el centro de la cultura europea.

Sin embargo, su inmenso poder y popularidad despertaron los recelos de su rey. Fernando el Católico, viudo ya de Isabel (quien siempre había protegido a Gonzalo), era un monarca desconfiado y astuto. Temía que Gonzalo, con un ejército leal solo a él y el control de un reino rico como Nápoles, pudiera independizarse o volverse demasiado influyente.

Las intrigas cortesanas en España alimentaron los miedos del Rey. Se acusaba a Gonzalo de malversación de fondos y de actuar como un rey sin corona.

Es en este contexto donde surge la famosa leyenda de las «Cuentas del Gran Capitán». Fernando pidió a Gonzalo que justificara los gastos de la guerra. Gonzalo, ofendido por la desconfianza tras haber ganado un reino para su monarca, respondió con ironía listando gastos absurdos y grandilocuentes:

Por picos, palas y azadones para enterrar a los muertos del enemigo, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.

Giorgione pintando el retrato del Gran Capitán

Aunque es probable que la anécdota sea una exageración literaria posterior, refleja perfectamente la tensión real entre el monarca político y el héroe militar. La realidad es que Gonzalo sí presentó cuentas, y estas eran un desastre administrativo debido a la urgencia de la guerra y la necesidad de pagar a mercenarios y espías de su propio bolsillo cuando los fondos reales no llegaban.

En 1507, Fernando viajó a Nápoles y destituyó «amablemente» a Gonzalo, trayéndolo de vuelta a España con promesas de grandes títulos que nunca pensó cumplir.

El regreso de Gonzalo fue melancólico. Aunque el pueblo lo aclamaba, el Rey lo marginó políticamente. Se le prohibió volver a Italia y se le mantuvo vigilado. El hombre que había dado a España su imperio mediterráneo fue condenado al ostracismo en sus tierras de Loja, en Granada

Gonzalo pasó sus últimos años amargado por la ingratitud real, pero manteniéndose leal. Intentó volver al servicio activo cuando surgieron nuevas amenazas en el norte de África o Italia, pero el Rey siempre encontraba excusas para no darle el mando.

Sí la relación con el rey Fernando fue tormentosa, con la reina Isabel fue todo lo contrario. Isabel la Católica fue la principal mentora, protectora y promotora de Gonzalo Fernández de Córdoba. Su relación fue la de una reina que supo identificar, nutrir y respaldar a un genio militar.

Gonzalo comenzó su servicio en la corte como paje del hermanastro de Isabel, Alfonso, y luego de la propia reina. Este acceso directo a la familia real sentó las bases de su vínculo. Durante la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479), Gonzalo demostró una lealtad total a Isabel en un momento en que muchos nobles cambiaban de bando. Esta lealtad temprana fue un sello que Isabel nunca olvidó.

La relación personal entre Gonzalo Fernández de Córdoba y la reina Isabel la Católica fue uno de los pilares de la carrera del Gran Capitán y un factor crucial para el éxito de la Corona en la etapa final de la Reconquista. La Guerra de Granada (1482-1492) consolidó la relación, demostrando a la Reina que Gonzalo no solo era leal, sino excepcionalmente talentoso.

Isabel le confió misiones de gran delicadeza que requerían tanto valor como inteligencia. Gonzalo destacó en el arte del asedio y en la negociación. El punto culminante de la confianza fue cuando Isabel lo designó, junto a Íñigo López de Mendoza, para negociar las capitulaciones con Boabdil, el último rey moro de la península. Este fue un honor inmenso que demostraba su fe en la honestidad y discreción de Gonzalo.

Cuando surgió la necesidad de enviar un ejército para expulsar a los franceses de Nápoles (Primera Guerra de Italia, 1495), Isabel no dudó en nombrar a Gonzalo como Capitán General, a pesar de que había nobles de mayor rango o más veteranos en el combate.

Tras la derrota en la Batalla de Seminara, el crédito de Gonzalo podría haberse hundido. Sin embargo, Isabel mantuvo su fe inquebrantable en él. Le envió refuerzos y, más importante aún, le dio libertad operativa total para continuar la campaña, sin interferir en su estrategia de guerra de guerrillas.

El título de Gran Capitán no le fue impuesto por la Corona, sino que nació del respeto de sus enemigos y el clamor popular, como dijimos anteriormente. Isabel lo ratificó y lo convirtió en un símbolo de su propio reinado.

Cuando Fernando el Católico, más pragmático y a menudo reticente a gastar grandes sumas en una guerra tan lejana, dudaba, era Isabel quien conseguía los fondos necesarios para que Gonzalo mantuviera a sus tropas. Isabel comprendía la importancia de la guerra en Italia para la proyección de poder de Castilla.

Mientras Isabel vivió, Gonzalo estuvo protegido contra las intrigas y la desconfianza. Ella equilibraba el pragmatismo, la cautela y la creciente envidia de su esposo, el Rey Fernando el Católico. La relación se caracterizó por una profunda confianza, admiración mutua y una lealtad inquebrantable por parte de Gonzalo. Fue una asociación estratégica; ella le dio la oportunidad y el respaldo; él le dio las victorias y el prestigio.

La muerte de la Reina Isabel en noviembre de 1504 fue el golpe más duro para la carrera política y militar de Gonzalo Fernández de Córdoba, marcando el inicio de su caída en desgracia.

Isabel la Católica y el Gran Capitán. Obra de Ferrer Dalmau

Tras el fallecimiento de Isabel, la vida del Gran Capitán se desarrolló en un exilio político en sus tierras de Loja, consumido por la amargura de la ingratitud real, como ya hemos comentado.

El corazón de Gonzalo Fernández de Córdoba, se apagó el 2 de diciembre de 1515, a los 62 años, víctima de unas fiebres.

No solo ganó batallas; cambió la forma de luchar. En una época de mercenarios, creó un ejército nacional, leal y disciplinado. Su tragedia personal —la del héroe temido por el poder político al que sirve— es una constante en la historia, pero su genio militar permanece indiscutible. Fue, en palabras de sus contemporáneos y de la historia, el Gran Capitán

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