LA RECONQUISTA

LA BATALLA DE EL SALADO

La Batalla del Salado, librada el lunes 30 de octubre de 1340 cerca de Tarifa (actual provincia de Cádiz), no fue solo una victoria militar para los reinos de Castilla y Portugal. Fue un acontecimiento de trascendencia histórica mayúscula, que puso punto final a siglos de intervenciones directas de los imperios musulmanes del Norte de África en la Península Ibérica y consolidó definitivamente el dominio cristiano del estratégico Estrecho de Gibraltar, despejando el camino para las etapas finales de la Reconquista.

Para comprender la magnitud de El Salado, es necesario remontarse a la segunda mitad del siglo XIII. A pesar de los grandes avances cristianos (la reconquista de Sevilla, Córdoba, Jaén), el control del Estrecho de Gibraltar seguía siendo una zona de disputa constante. Tres plazas clave (Tarifa, Algeciras y Gibraltar) eran el foco de un tenso tira y afloja conocido como la Batalla del Estrecho.

Desde 1275, una nueva potencia magrebí, los Benimerines, con capital en Fez (actual Marruecos), habían cruzado el Estrecho a petición del debilitado Reino de Granada. Su objetivo era frenar el avance castellano, y lo lograron temporalmente, llegando a establecer bases permanentes. La lucha se convirtió en una guerra internacional, donde los Benimerines representaban el último gran imperio islámico con capacidad logística y militar para proyectar un poder significativo sobre Europa.

En el bando cristiano, el rey de Castilla y León, Alfonso XI (el Justiciero), ascendió al trono en un clima de inestabilidad nobiliaria y amenaza exterior. Desde su mayoría de edad, su política fue de consolidación interna y, sobre todo, de agresiva defensa y reconquista en la frontera sur. En 1333, los moros habían logrado volver a invadir Gibraltar, un golpe duro para Castilla. Alfonso XI sabía que, para asegurar su reino, debía eliminar la amenaza islámica de raíz.

Alfonso XI el Justiciero. Obra de Francisco Cerdá

En 1340, la situación se hizo crítica. Los moros de Granada y del oro lado del Estrecho, reunieron un ejército que, según las crónicas, superaba con creces cualquier fuerza movilizada por los musulmanes en siglos, estimándose su número real en torno a los 60.000 a 80.000 combatientes, incluyendo la temida caballería berberisca. En septiembre de 1340, este vasto ejército cruzó el Estrecho y puso sitio a Tarifa, una plaza crucial que de caer abriría de nuevo el camino a la invasión.

La gravedad de la situación impulsó a Alfonso XI a buscar alianzas, elevando la contienda a la categoría de una Cruzada. El Papa Benedicto XII proclamó una bula que concedía indulgencias a aquellos que participaran en la defensa de Tarifa, confiriendo al conflicto un carácter sagrado que facilitó la recaudación de fondos y el alistamiento de voluntarios de toda Europa. La alianza más vital fue con el rey Alfonso IV de Portugal (el Bravo). A pesar de las tensiones matrimoniales (Alfonso XI mantenía una relación extramatrimonial pública con Leonor de Guzmán, desairando a su esposa, la infanta portuguesa María), la necesidad estratégica se impuso. Alfonso IV, con un contingente de 5.000 hombres, cruzó la frontera para unirse a la causa. Los genoveses y aragoneses, claves en el control naval del Estrecho, también aportaron apoyo.

El ejército cristiano, con las fuerzas combinadas de Castilla, Portugal, órdenes militares (Santiago, Calatrava, Alcántara) y milicias concejiles (Sevilla, Jerez), reunió aproximadamente entre 20.000 y 25.000 hombres.

Moneda con el rostro de Alfonso XI de Castilla y León

El ejército cristiano llegó el 29 de octubre. Alfonso XI, consciente de su inferioridad numérica pero confiado en la calidad de su caballería pesada y la moral de sus cruzados, articuló su plan en dos fases cruciales:

Ataque a la Retaguardia: Un contingente selecto de 5.000 hombres (en algunas crónicas atribuido a Don Juan Manuel), se infiltró durante la noche a través del Estrecho de Gibraltar. Su misión era atacar el campamento musulmán desde la retaguardia, donde las tropas de asedio de Tarifa (reforzadas con caballeros llegados por mar) ya estaban posicionadas.

Doble Envestida Frontal: El ejército principal se dividió en dos cuerpos de batalla; Alfonso de Castilla se enfrentaría al ejército musulmán del Norte de Africa, mientras que Alfonso de Portugal se enfrentaría al ejército granadino.

El amanecer del 30 de octubre de 1340 fue testigo de una batalla que cambiaría el curso de la historia.

Siguiendo el plan de Alfonso XI, la batalla comenzó lejos del río. Los efectivos cristianos dentro de Tarifa, coordinados con la columna de infiltración, lanzaron un ataque demoledor contra la retaguardia musulmana. El campamento, que albergaba un inmenso botín, fue presa del pánico y el saqueo. Este ataque dispersó miles de efectivos musulmanes que huyeron, mermando gravemente la superioridad numérica del ejército islámico, debilitando fatalmente el centro y la retaguardia musulmana antes de que se produjera el choque frontal. La moral de los moros sufrió un duro revés antes del contacto principal.

Castillo de Tarifa

Tras la misa y la bendición del arzobispo de Toledo, Gil de Albornoz (el futuro cardenal), Alfonso XI dio la orden de avanzar hacía el río Salado.

La vanguardia castellana, dirigida por Don Juan Manuel y otros nobles de prestigio, cruzó el río Salado bajo fuego de hondas y flechas. A pesar de que los musulmanes ocupaban las alturas, la caballería pesada castellana cargó con furia. La lanza larga y la armadura pesada (introduciendo el concepto de la lanza de ristre contra la infantería ligera) demostraron ser superiores en el choque inicial contra la caballería a la jineta y la infantería musulmana, logrando penetrar y desorganizar su formación.

En el ala izquierda, Alfonso de Portugal se enfrentó a los moros de Granada. El combate fue intenso y más equilibrado. Las tropas musulmanas resistieron tenazmente, pero la disciplina de los caballeros portugueses. Esta parte de la batalla fue más encarnizada. Las fuerzas granadinas resistieron con bravura, llegando a inclinar la balanza a su favor en varios momentos. Sin embargo, la perseverancia y la disciplina de los caballeros portugueses y el apoyo continuo de la infantería castellana mantuvieron la presión y terminaron por romper las líneas granadinas. El rey granadino, ante la confusión y el temor de ser aislado, ordenó la retirada de sus fuerzas. Al ver la retirada de su aliado granadino y bajo la presión de la caballería de Alfonso XI que había roto el frente, además del caos generado en su retaguardia, el resto del ejército musulmán se desintegró, convirtiendo la formación de combate en una huida desorganizada.

El combate terminó alrededor del mediodía. La masacre de la retaguardia y la posterior huida se convirtieron en una cacería brutal en la que la caballería cristiana persiguió a los huidos. Miles de musulmanes murieron en el combate o intentaron escapar hacia la costa y se ahogaron en el mar al intentar alcanzar embarcaciones para cruzar el Estrecho. El botín capturado fue inmenso.

El Salado significó el punto de inflexión definitivo en el control del Estrecho de Gibraltar. A diferencia de derrotas anteriores, esta vez, el poder musulmán quedó irreversiblemente dañado. El rey de Granada había perdido gran parte de su ejército.

Tras la victoria, Alfonso XI continuó con su ofensiva. En 1344, tras un asedio de dos años, conquistó la plaza fuerte de Algeciras, una de las ciudades más importantes de la época. A pesar de que Alfonso XI murió de la Peste Negra asediando Gibraltar en 1350, el «problema del Estrecho» quedó resuelto. La victoria elevó la moral y el prestigio de Castilla y su rey. Alfonso XI fue celebrado como un héroe de la Cristiandad, y el triunfo consolidó la hegemonía castellana como el principal motor de la Reconquista, dejando al Reino de Granada aislado.

La Batalla del Salado fue la confirmación de la irreversibilidad de la Reconquista. Demostró la superioridad táctica y la capacidad de cohesión de los reinos cristianos, y aseguró que el destino de la Península se decidiría, a partir de entonces, sin la interferencia de las grandes potencias islámicas al sur del Mediterráneo.

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